16 octubre 2006

LA TORMENTA

Amparo era una mujer resentida que cuando se sentía rechazada se juraba a sí misma su venganza. Aparentaba desde el principio ser alguien cálido y sin ningún problema personal, no al menos a la vista, pero a partir del suceso de aquella noche se vio claro que no la conocíamos ni Lola ni yo. Seguía siendo la misma en su comportamiento y en su trato salvo que la "dedicación" se volcó en atenciones hacia Lola y el niño, pasando yo a ser alguien sutilmente ignorada. Me sentí aliviada por ello pensando que aquello había sido realmente un impulso y nada más.

Un día, no recuerdo si era alguna fiesta o simplemente domingo y que estábamos todos en casa Miguel Angel quiso salir un rato a jugar; teníamos un pequeño parque casi a pie de ventanal. Lola andaba terminando de hacer la comida, Amparo leía el periódico y yo dije que me llevaba al crío. Mi mujer respondió que luego bajaría ella también. Cuando lo hizo al cabo de un rato su expresión era extraña: me miró de una forma que no entendí pero no quise preguntar nada delante del niño. Cuando regresamos a casa para comer su gesto no había cambiado y yo ya no tenía ninguna duda que algo pasaba.

Llegada la noche y después que el niño se fuera a la cama, casi pareciendo habernos puesto de acuerdo nos fuimos yendo a los dormitorios. Amparo se quedó en casa esa noche. Nada más cerrar la puerta de la habitación pregunté a Lola qué le pasaba; con la mirada perdida me dijo que nada pero ya hacía tiempo que nos conocíamos e insistí.

No voy a entrar en demasiados detalles sobre lo ocurrido esa noche, porque fácilmente cualquiera lo puede ya haber imaginado. Amparo, cuando yo bajé al parque con el niño, le había "insinuado" a Lola que yo había dado unos avances hacia ella. Mi mujer me juró y perjuró que no había creído nada de todo eso, pero era humana y un pequeño atisbo de duda le quedó. Que nadie diga que no tenía que haber dudado nunca; por mucho que ames a una mujer, por mucho tiempo que lleves con ella, siempre puede haber alguien que haga te tambalees. Hablamos durante toda la noche hasta que finalmente volví a ver esa mirada de Lola cuando dirigía sus ojos hacia mí.

Al final todo quedó en un mal sueño, pero Amparo salió de nuestras vidas.

13 octubre 2006

MI TIEMPO SIN TI

Siempre he tenido la sensación que la felicidad ajena no interesa a nadie. Cuando alguien cuenta que está bien, que no tiene grandes problemas en la vida o despierta envidias o simplemente no importa lo que diga. Es como si el ser humano tuviera en sus "bajos fondos" el instinto morboso de regodearse sólo en los malos tiempos del otro para sentirse mejor uno mismo. Dicen que el hombre es el único animal que es más depredador que el más cruel de los depredadores, y a veces pienso que es cierto. Cuando vemos, leemos que alguien está mal, salvo una minoría que suele acompañar y consolar, la mayoría (o al menos es lo que se ve en lugares públicos) nos alegramos como si ese lamento ajeno engrandeciera la pequeñez de nuestras vidas. Ojalá nunca llegue a comprender el por qué de esos mezquinos sentimientos.

Durante algunos años la vida entre Lola y yo fue lo que puede llamarse "rutinaria", entendiendo como tal el que no había grandes problemas ni altibajos en nuestra vida en común. El amor iba acrecentándose, incluso cuando parecía haber tocado esa línea invisible que se llama "meta". Miguel Angel, al que habíamos traído más cerca, estaba ya en un colegio externo y vivía con nosotras; algo en su carácter, antes huraño y retraído había ido cambiando supongo que al sentirse querido y protegido. Era un niño despierto y más maduro de lo que correspondía para su edad, posiblemente debido a lo extraño de sus circunstancias anteriores, pero con una ternura increíble en cada gesto. Reconozco que no me resultó nada complicado quererle, por ser de Lola y por él mismo.

Teníamos nuestra propia casa, trabajos que nos permitían vivir con cierta holgura y sobre todo y lo más importante: habíamos creado un hogar juntas y con un niño creciendo lleno de salud. En ese tiempo sólo hubo algo que enturbió de tal modo que todavía hoy no entiendo cómo pudo pasar.

En el colegio donde Lola y yo seguíamos trabajando había una compañera que nos cayó bien a las dos desde el principio. Vivía sola y solía ser muy reservada a la hora de contar nada de su vida pasada. El caso es que poco a poco nos fuimos acercando las tres y algunos fines de semana venía a casa a comer; luego y por empatía también al niño las tertulias se fueron alargando hasta que se hizo incluso habitual que se quedara a dormir algún sábado por la noche en casa.

Uno de esos días Miguel Angel que ya andaba resfriado tuvo una fuerte subida de fiebre; como no conseguíamos bajársela le llevamos al hospital. Estuvieron atendiéndole hasta que en un momento dado el niño perdió el conocimiento con la consiguiente alarma de todos; al parecer le había dado una bajada brusca de glucosa; la doctora nos aconsejó que lo ingresáramos aquella noche más que nada para tenerlo en observación, asegurándonos que no había ningún otro motivo para asustarnos; naturalmente el niño quedó instalado en una habitación del hospital y Lola se empeñó en ser ella quien se quedara. Yo andaba algo resfriada también por lo que insistió en que me fuera a casa, que las dos allí no hacíamos nada; la amiga común que había venido con nosotras al centro hospitalario hizo causa común con Lola y al final tuve que acceder.

Regresamos a casa Amparo y yo. Cuando salí de la ducha ya había preparado algo para cenar; no me apetecía nada pero tampoco quería hacerle un desaire, así que con la mente puesta en el niño y en Lola comí algo. Al rato indiqué a mi amiga que me iba a la cama: no tenía cuerpo para alargar la noche con ninguna conversación y aunque sabía que me costaría dormir, prefería estar sola. Amparo se quedó en el salón.

Estaba con la luz del dormitorio apagada ya y abrazada a la almohada de Lola cuando sentí que había alguien en la habitación. No había cerrado la puerta aunque tampoco había demasiado que esconder y más estando sola. Sentí la voz de Amparo: "sé que estás despierta". Alargué la mano intentando alcanzar la lamparilla para encender la luz pero noté que me la cogía. Intenté incorporarme y la sentí sentarse a mi lado; le pregunté si le pasaba algo, si se encontraba mal... y le escuché decir "te quiero". No tengo muy claro lo que sucedió a continuación porque todo ocurrió rápidamente: sé que la sentí sobre mí y que rodé hacia el lado donde dormía Lola, salté de la cama y llegué al interruptor de la luz, encendiéndola. Amparo estaba caída en mi lado de la cama y me miraba sorprendida. Mi "fuera de aquí" sonó destemplado y fuerte.

Apenas pude dormir esa noche aunque tenía, entonces sí, el pestillo de la puerta echado. Le di cien vueltas a lo ocurrido y repasé desde el mismo momento en que Amparo y yo habíamos hablado por primera vez hasta esa noche, intentando averiguar en qué momento podía ella haber interpretado equivocadamente mis muestras de afecto. Cuando salí dispuesta a dirigirme al hospital a por Lola y el niño y me la crucé en la cocina ni siquiera le contesté a sus buenos días. Empezó a querer explicarme que teníamos que hablar; le dijo que no, que me iba a ver a mi mujer y al crío.

Durante algunos días no supe si contárselo a Lola; me dolía que una amistad de tiempo se rompiera de esa forma y no tenía claro qué hacer. Amparo parecía la de siempre y nada indicaba que hubiera pasado nada extraño entre nosotras. Tuve la sensación de que todo aquello había sido un mal sueño, una pesadilla. Finalmente decidí dejarlo pasar y olvidarlo puesto que en realidad no había pasado nada y posiblemente Amparo se había dejado llevar por un impulso. Un error lo comete cualquiera, pensé. No sabía que era yo quien lo estaba cometiendo.

12 octubre 2006

MIS DISCULPAS

Al parecer, y haciendo no sé qué en la plantilla del blog (eso me dicen) han sido borrados todos vuestros comentarios, y están tratando de recuperarlos. Tened un poco de paciencia porque están tratando de arreglarlo. En cuanto me dejen el ordenador libre volveré.

Gracias.

05 octubre 2006

NOTA

Si mirais los comentarios habidos en el mensaje inmediatamente anterior a éste, podreis comprobar que alguien haciéndose pasar por mí ha dejado un comentario en el blog de Judith, el cual ha provocado su malestar. Si mirais hacia dónde se dirige ese comentario (pinchando en su web, repito que en el blog de Judith) vereis que aunque similar en cuanto a formato y nombre, ese plagio no tiene nada que ver con este blog que estais leyendo.

Añadiré algo más: entro en vuestros blogs a leeros pero hasta el día de hoy no he hecho ningún comentario en ellos desde que estoy en este nuevo lugar. Por lo tanto cualquier texto en el que figure un nombre parecido al mío es simplemente un mal plagio.

Ya estando en el primer blog que tuve hubo problemas con dos indivíduas que se han empeñado en desprestigiarme ellas sabrán por qué. No voy a citarlas ni a ellas ni a sus blogs porque no merece la pena, pero si ellas son la representación de las mujeres lesbianas actuales (cosa que no creo) he de decir que siento una gran vergüenza y una enorme pena. La misma dictadura que hubo hace años sigue existiendo ahora, y lo que es peor: viene de gente a las que personas de mi edad dieron la libertad y el derecho a expresarse de que hacen gala hoy día, para intentar destrozar todo aquello que es diferente a ellas, en este caso la edad.

Pensé que ahora que todo el mundo proclama que somos libres, podría serlo yo. Lo dije al iniciar este blog: sólo quería contar lo que había sido mi vida, sin ningún afán de protagonismo puesto que nunca hice publicidad de este lugar. No era una vida heróica en ningún sentido, pero era la mía. Y quería contarlo de una forma anónima porque pensaba que era mi derecho el hacerlo cuando y como quisiera. Jamás he molestado a nadie con ninguno de mis textos. Quien ha querido leer lo ha hecho, y quien ha querido comentar, también, a pesar de que durante un corto espacio de tiempo limité esas respuestas, de nuevo enfadada por esas dos mujeres... que sinceramente dudo que lo sean, porque ser mujer es tener la suficiente sensibilidad para vivir y dejar vivir.

Lo diré una vez más: este es el único blog que tengo actualmente, habiendo comenzado esta andadura en el de Chueca que ya no existe. Soy mujer desde que nací y lesbiana porque jamás he amado a ningún hombre y sí a una mujer. Mi único amor fue Lola de la que incluso esas dos energúmenas se permitieron mofarse, y no voy a pedir disculpas por lo de energúmenas puesto que ellas nunca pidieron perdón por su ofensa.

No he mentido en nada de lo que aquí he contado porque no había ninguna razón para mentir, y nada de todo eso es invención de nadie. Cada palabra la he vivido junto con la mujer que amé y amaré siempre. No tengo que demostrar nada a nadie y menos a dos extrañas cuya maldad espero que algún día paguen. Nunca he deseado mal a nadie, nunca en mi vida, pero espero que alguien en algún lugar les devuelva todo esto, porque no se puede ser tan indeseables, tan rastreras, tan ruínes y tan malintencionadas como esas dos "señoras".

Dejo este blog y lo que en un principio fue el sueño de escribir algo que era solo mío. No volveré a escribir en ninguna parte (lo aviso para que no se molesten en buscarme) porque han conseguido eliminar ese deseo. Espero que al menos disfruten de "su victoria".

Al resto de amigos y amigas que me siguieron hasta aquí y que han seguido haciéndome llegar su afecto, mi más sincera gratitud. No sé si será entendible mi decisión, pero lo dije una vez: no estoy dispuesta a tener disgustos por ejercer mi derecho, y mucho menos y eso ha sido la gota que ha desbordado el vaso, que se moleste con comentarios improcedentes y haciendo creer que son míos, a personas cuyo único pecado era venir aquí a leer. Y no es la primera vez que eso sucede.
A pesar de todo lo ocurrido ha sido un honor vuestra presencia y el haberme permitido leeros y saber de vosotros. Gracias de nuevo por vuestra amabilidad.


Lesbiana de 70 años

SER MUJER

No era fácil ser mujer en aquellos años. La sociedad estaba instaurada de forma que el hombre era quien mandaba dando la última palabra, y bajo esa autoridad estaba la mujer, siendo esposa, hija, trabajadora...


Pero algo estaba cambiando y en una ciudad de provincias como la nuestra eso también se notaba aunque más lentamente. La televisión, con su blanco y negro y dos cadenas públicas no daba demasiada información veraz, pero de vez en cuando se colaba alguna "carrera" de universitarios perseguidos por los "grises". Todavía tardaría algunos años la televisión en color y cuando llegó era prácticamente inasequible para la mayoría por su precio.


Las mujeres teníamos pocas salidas laborales ya que el convencimiento de que estábamos destinadas para el matrimonio hacía que el trabajo casi fuera considerado como algo eventual y transitorio. Las organizaciones reivindicativas, incluída en la que estábamos nosotras, salvo algún añadido "feminista" en su título de presentación, poco o nada daban a indicar sobre alguna pretensión sexual distinta a la establecida; haber querido indicar algo como "lesbianas" hubiera sido sinónimo de demasiados problemas, dentro y fuera de casa. Lola y yo éramos, ante el mundo, "primas" y así seguimos hasta casi el final de nuestra relación.


Hacia finales de esa década, la de los 60 e iniciando los 70 (no recuerdo exactamente el año), hubo dos películas que marcaron un antes y un después. Una lo hizo para los españoles en general y otra para nosotras las mujeres. La primera fue "Un tango en París" y la segunda "Helga".


La avalancha de gente, incluso haciendo excursiones en autobús a Francia, para ver "Un tango en París" fue de época. Los comentarios en cualquier parte eran constantes de quienes habían ido a verla, de quienes no e incluso de aquellos que sin haberla visto la contaban. Y todo el mundo presumía también de haber practicado lo que en ella se veía.


La otra película impactante de la época fue sin duda "Helga", que en realidad era un documental con metraje largo. Si no recuerdo mal la primera en hacer su aparición en los cines fue "Helga", ya que su promoción era la de que por fin se veía entero y sin tapujos el cuerpo de una mujer. Lola y yo hablamos de si ir a verla o no. Nos gustaba mucho el cine aunque no había demasiado surtido salvo en los cines "de arte y ensayo" de los cuales solo había uno en nuestra ciudad, por lo que el repertorio peliculero era más bien escaso. Fuimos a ver "Helga" y lo digo como fue: porque nos dijeron que se veía el nacimiento de un niño. Y lo había. Lola se emocionó mucho.


Recuerdo que nada más salir la imagen de la mujer desnuda, nada obscena por cierto, el cine se quedó prácticamente vacío. Todos los hombres que había en el patio de butacas, la inmensa mayoría solos, se levantaron marchándose. Estaba claro que no les interesaba más que un aspecto de la película. Fue triste contemplar aquella desbandada, pero es lo que había.


Por aquel entonces vino a la ciudad una mujer que ya provocaba controversias: Lidia Falcón. Mucho más tarde, ya entrados los 80 fundaría una asociación feminista de máxima raigambre, y sobre todo mediados los 70 una revista que hizo furor entre nosotras por ser la primera que hubo de aquel tipo: Vindicación feminista. Lidia dio una pequeña conferencia, más bien charla, a la que acudimos todas en pleno. Me gustó los planteamientos que esgrimía aunque no la dureza con la que los expuso; era peligroso en aquellos años "gritar" tanto. Durante mucho tiempo en nuestra asociación se habló sobre aquella charla como el inicio de un todo, aunque realmente no movió nada porque aún no era el momento de hacerlo.


Y llegaron los hippies, aquellos melenudos con barba que proclamaban "haz el amor y no la guerra" y que nos enseñaban algo llamado LSD que nadie sabía muy bien para qué servía.


Lola y yo seguíamos adelante con nuestra relación. Habíamos conseguido, sobre todo yo, estabilizar aquel disgusto que habíamos tenido (con mi "descubrimiento" de Miguel Angel), lo hablamos muchísimo e hicimos las paces. El niño era una delicia e íbamos a verle todas las semanas, estando con nosotras en casa cuando tenía vacaciones por pequeñas que estas fueran. La realidad es que éramos una familia y las dos nos sentíamos orgullosas de lo que estábamos creando. Sólo teníamos un par de problemas: que Lola empezó a pensar en que su hijo constara como suyo... y la señora Pepita, nuestra vecina.

02 octubre 2006

MI AMOR POR ELLA

Describir mi amor por Lola es como coger el mar con las dos manos o abrazar al campo. Lo que sentía por ella parecía no tener final porque cada día se acrecentaba más. Dicen que la convivencia, por lo que tiene de rutina, suele ir matándolo todo o al menos aminorándolo. En nuestro caso y creo que puedo hablar por las dos no sucedía así. Era sentir el corazón en la garganta cuando escuchaba abrirse la puerta y simplemente había bajado a por el periódico, era morirme cuando estando en la cocina venía por detrás y me abrazaba, era subir al cielo y colgarme de una nube cuando me miraba como me miraba.

Se había dejado el pelo un poco más largo de lo que lo llevaba normalmente y estaba guapísima. Debido a la vida sedentaria las dos habíamos engordado un poco más, pero donde a mí me habían aumentado las caderas a ella le sentaba de volverse por la calle. Porque la miraban, vaya si la miraban, y eso a veces yo no lo llevaba demasiado bien; supongo que eran esas tonterías que todas tenemos alguna vez, pero que en ocasiones hacían que me pusiera de malhumor.

Ya dije en una ocasión que no iba a contar cómo era nuestra vida más íntima porque siempre he pensado que eso pertenece a la vida de las dos. Quizás por eso mismo nunca me han gustado los cotilleos en el trabajo sobre ese tema, pero es algo con lo que tienes que aprender a vivir porque no todo el mundo piensa igual. Pero sí haré mención de que hay un momento, un punto en la relación en que te das cuenta que se termina todo lo que sabías, y a tu compañera le pasa igual; y es entonces cuando se habla y se inician caminos juntas, aprendiendo, investigando y sobre todo riendo. Siempre he dicho que la risa, la alegría es lo que debe imperar en una relación. Y nosotras nos reímos mucho en aquella etapa que duró años de descubrir cosas, incluso algún que otro objeto, juntas. Supongo que todo eso ahora estará más avanzado, pero en aquel tiempo aparte de ser pecado siempre, era muy difícil encontrar un comercio apropiado salvo en las grandes ciudades, y desde luego impensable que una mujer entrara en un lugar de aquellos a comprar algo, por lo que tuvimos que recurrir a un modo de compra que la mayoría de las veces era un simple fraude: los anuncios por prensa.

En algunos periódicos aparecía una página con toscos dibujos sobre lo que la empresa en cuestión vendía. Sólo necesitabas para comprar un apartado de correos ya que el producto te lo mandaban allí contra reembolso si no querías recibirlo en tu casa, y naturalmente adquirías el consabido apartado. Entre esas ofertas había de todo: desde una especie de faja para problemas de espalda, cremas que rejuvenecían hasta convertirte en una niña, planchas que lo hacían todo solas con el mínimo esfuerzo, artilugios que solo con ver su dibujo provocaban la carcajada... y naturalmente objetos para un sexo aventurero. Y ahí es donde entramos nosotras aunque tengo que decir que más fue un juego que la realidad de querer probar con aquello; pero lo cierto es que finalmente sí hicimos uso de algunas de las cosas que compramos.

Había también otro tipo de propaganda que solía aparecer en el buzón, más dedicada al sexo sobre todo masculino pero que solía tener un pequeño apartado que daba la sensación de ser únicamente para viciosas, ya que no se concebía demasiado bien que las mujeres pudiesen tener esas apetencias.

Lola siempre había sido más reivindicativa que yo, y por ello un día llegó a casa diciendo que nos íbamos a apuntar a no sé qué feminista. No le hice demasiado caso la verdad, pero insistió (y solía ser muy insistente) hasta que consiguió aceptara. Un sábado por la mañana fuimos las dos, ella completamente entusiasmada porque una compañera del colegio le había estado contando cómo funcionaban en aquel lugar. Yo seguía teniendo mis reservas pero no era cuestión de discutir por darle el capricho. Creo haberlo dicho ya: yo era más prudente y menos impetuosa.

El caso es que acabamos teniendo un carnet donde decía que éramos socias de aquella organización. En aquellos años el comentario en la calle era que las feministas eran marimachos todas y que lo que en realidad necesitaban era un buen polvo y un montón de hijos. Esos comentarios, la mayoría de las ocasiones eran hechas por hombres, pero con el apoyo casi incondicional de las mujeres honradas y decentes de la época, que criaban a sus hijos de una forma y a sus hijas de otra. Porque no olvidemos que en aquel entonces quien en realidad educaba era la madre, y quien en definitiva marcaba las directrices de lo que esos niños serían más tarde. El padre ordenaba pero la madre era quien en realidad solía dirigir.

Durante aquellos años (me estoy refiriendo a 1966 hasta bien entrada la década de los 70) las chicas no podían, por poner un ejemplo, ir a trabajar con pantalones; se utilizaban de vez en cuando, en tiempos de ocio y sobre todo las más avanzadas, porque enseguida te colocaban alguna etiqueta que indicaba tu masculinidad. Las faldas empezaban a recortarse pero no demasiado. Las más jóvenes podían enseñar casi la rodilla, pero las que teníamos algo más de edad llevábamos el dobladillo hacia la mitad de ella. Para las señoras más maduras se pusieron de moda los estampados de flores predominando el color oscuro (generalmente negro) como fondo. Por último causaron furor los jerseys que al llevarse puestos se acoplaban al cuerpo y que escandalizaron a las madres mientras las adolescentes rellenaban sus sujetadores para aparentar más pecho. Recuerdo que Lola me regaló uno de aquellos niquis que sólo fui capaz de ponerme para estar en casa, con la consiguiente risa de mi mujer.

30 septiembre 2006

FAMILIA

A veces pienso que la vida nos va regalando cosas que muchas veces dejamos pasar o cogemos y con ello forjamos nuestro futuro sin tener demasiada conciencia de ello. Yo entonces aún no lo sabía pero con la llegada de aquel niño a mi vida el destino me hacía el mejor regalo, junto con Lola.

Se acercaban las navidades de 1968. Nuestra relación seguía en cierta medida estancada a pesar de los esfuerzos de Lola por hacerme comprender el por qué de su silencio durante tanto tiempo, pero yo entonces no tenía lo que suelen dar los años y el saber qué es en realidad importante. Aún así hablamos ella y yo de Miguel Angel, porque yo quería traerlo durante esas fechas. Quería que tuviera, quizás por primera vez, algo parecido a un hogar. No tuvimos demasiadas pegas para organizarlo todo ya que al figurar Lola como su hermana podía firmar el permiso.

Durante todo el camino el crío no dejó de mirarme como temiendo que a una palabra mía se le rompiera el sueño de salir de aquel lugar que a fin de cuentas era un internado y no su casa. Llegamos a la nuestra y lo primero que hicimos es mostrarle la habitación que le habíamos preparado. Recuerdo que cuando hablamos de ello yo planteé comprar lo justo puesto que no podíamos permitirnos muchas alegrías económicas, pero con la intención de ir acomodándole una habitación. Estaba clara mi idea y cuando Lola se dió cuenta de ello sonrió ampliamente asintiendo. Una sencilla cama con su mesilla y un armario es todo lo que Miguel Angel encontró a su llegada, pero la expresión de felicidad de aquel niño no la olvidaré nunca.

Creo que fueron los días más felices que había tenido hasta ese momento, y aseguro que fueron las navidades más radiantes que había tenido yo jamás. Lola sonreía por todo, y era fácil vernos a los tres tirados en la alfombra revolcados y riendo. No era lo normal en esa época pero nos dimos cuenta casi enseguida que si le dábamos los regalos para el día de reyes apenas le quedaría tiempo para disfrutarlos, supongo que nos adelantamos al tiempo actual, así que se los entregamos la mañana de navidad. La noche anterior habíamos ido a misa de gallo; Lola no comulgaba mucho con ninguna religión, yo tampoco pero pensamos que igual al niño le gustaría por la novedad. Cuando salimos de la iglesia yo le pregunté: "te ha gustado?". Su respuesta nos dejó emocionadas ya que dijo que en el internado iba todos los años pero que nunca había sido tan bonita como aquella. Lo cierto es que en ese momento se puso en medio de las dos y nos cogió las manos caminando de ese modo hacia casa. Sé que puede parecer una tontería pero aquel gesto, hecho por primera vez conmigo hizo que sintiera a aquel crío cosa mía ya, más mío aún que hasta entonces.

La mañana de navidad fue realmente de nervios. Nos habíamos acostado muy tarde y lo de los regalos era un secreto para el niño. Fuimos a despertarle y no estaba en su habitación. Nos asustamos pero casi enseguida escuchamos ruídos en la cocina. Salvo el fuego, que no se atrevió a encenderlo por si le reñíamos, había preparado la mesa con todo lo necesario para el desayuno. Era su manera de decirnos muchas cosas.

Se volvió loco con lo que le habíamos comprado. Un tren con sus vías, que iba con cuerda, un rompecabezas enorme ya que Lola sabía le gustaban mucho, tebeos y algo que en una ocasión le dijo a su "hermana" meses antes: un reloj. Cuando abrió la cajita que lo contenía saltó a continuación al cuello de Lola besándola y diciendo "gracias, gracias, gracias", después y casi sin soltarla me miró un instante y se me colgó a mí también. Estaba tan nervioso que no sabía ni ponérselo. Ahora mismo tengo a Miguel Angel a mi lado y me está diciendo "diles que aún lo conservo". Y es verdad, aún lo tiene.

Es increible lo rápidos que pasan los días cuando quieres que se ralenticen. Casi sin darnos cuenta se terminaron esas pequeñas vacaciones; nosotras teníamos que volver al trabajo y el niño al internado. Cuando lo llevamos fue todo el camino en silencio y pensativo; no estaba triste pero sí tenía algo en la mente. Ya era la hora de despedirnos y cuando se acercó a mí me volvió a mirar con aquella expresión; le dije "volveremos este sábado no, pero el que viene sí". Siguió mirándome y entonces supe lo que estaba preguntando. "En las próximas vacaciones que tengas encontrarás tu habitación". Se iluminó como una antorcha y la sonrisa se le salía de la cara. Ya en casa hablamos Lola y yo sobre lo listo que era el chaval porque esa "mirada-pregunta" no se la hizo a ella si no a mí, como sabiendo a quién se tenía que ganar. No sabía todavía que ya me tenía ganada de por vida.

27 septiembre 2006

MIGUEL ANGEL

No me resulta nada difícil hablar de Miguel Angel porque es una persona adorable, pero sí del momento en que supe de su existencia porque ello supuso el primer y único problema que tuvimos Lola y yo y el que casi provocó que yo la dejara.

Llevábamos ya un tiempo de relación y lo cierto es que no podía irnos mejor en todos los sentidos. Profesionalmente las dos teníamos un trabajo, y aunque el mío no fuera lo que había soñado siempre al menos tenía la esperanza de un futuro en el que sí lo lograse. En cuanto a nosotras, no había grandes discusiones puesto que a pesar de la impulsividad a veces de Lola, se veía compensada por mi prudencia.

Pero sí había algo que desde el principio me había preocupado. Un día al principio de nuestra relación le pregunté y su respuesta fue tajante: cuando sea el momento te hablaré de ello. Eso, conociéndola, era un no rotundo... de momento. En otra ocasión volví a preguntar, sobre todo cuando me di cuenta de la coincidencia de fechas; me miró con lo que supe era dolor y un simple "ahora no" hizo que no insistiera. Era algo que teníamos muy claro las dos: el respeto mútuo.

Se acercaba Septiembre y yo sabía que durante un par de días Lola desaparecería sin más. Lo había hecho desde que la conocía, al igual que lo repetía a primeros de Enero. Seguramente había más fechas, pero las únicas que yo había podido constatar eran esas dos. Ya vivíamos juntas por lo que intuí no estaba lejano el día que me explicara dónde iba y para qué.

Aquel domingo decidimos quedarnos en casa como hacíamos a menudo. Lola estaba extraña, apenas hablaba; le pregunté en varias ocasiones pero su "no me pasa nada" era casi hermético. Habíamos salido por la mañana a dar una vuelta pero quiso que volviéramos al poco rato. Comimos en silencio mientras yo no paraba de mirarla intentando adivinar qué le ocurría. Ya sentadas me miró, esbozó una sonrisa y comenzó a hablar.

Al principio no entendí lo que quería decirme puesto que daba muchas vueltas con las palabras, y ella no era así. Me habló de las locuras que se cometen cuando se es muy joven. Pensé que se refería a esos años en los que fue una rebelde inconformista y ello le valió mucho sufrimiento, pero enseguida me dí cuenta que no iba por ahí la cosa. Y entonces sí que ya no entendí nada.

Tenía un hijo. Llevábamos algo más de dos años de relación y tenía un hijo. Yo estaba enterándome en aquel momento. No dije nada, simplemente me quedé mirándola mientras intentaba escuchar lo que decía.

Tenía 19 años y a esa edad había que tener novio porque si no te tachaban de "rara" y cualquier comentario era posible; y para quien no lo sepa, en aquellos tiempos lo peor que le podía pasar a una mujer es que hablaran de ella. Lola creyó enamorarse de un chico al que ya conocía algún tiempo y cuando él le pidió "relaciones" ella dijo sí. Al poco él comenzó con intentos que cualquier chica decente de la época decía "no". Algo que se utilizaba mucho era "pues eso es que no me quieres", dicho por ellos naturalmente. Algunas chicas ante la insistencia de sus novios cedían, en parte porque les creían y pensaban que no estaban demostrándoles su amor y por otra por pura curiosidad ante un sexo que estaba escondido, era pecaminoso y del que nadie quería hablar. Como en ocasiones ellos no tenían demasiado control a los dos ó tres meses -dependiendo de lo que se le notara a la muchacha- en casa había un disgusto tremendo llegando incluso a la expulsión de la misma de la chica.

Cuando los padres de Lola supieron que estaba embarazada no hicieron nada que no habría pasado en cualquier otro hogar, a diferencia de que no hubo expulsión, pero sí un dirigir la vida de la joven madre y posteriormente del crío. Y nació Miguel Angel. Fue inscrito como hijo de sus abuelos (práctica habitual en la época) pasando a ser oficialmente hermano de Lola. Cuando tuvo la edad pertinente ingresó interno en un colegio de la capital, y allí seguía cuando yo me enteré de su existencia. Por aquel tiempo el niño tenía diez años.

Cuando terminó de hablar se hizo un silencio que se podía cortar. Lola permanecía con la cara mirando hacia el suelo. De pronto me dí cuenta que me había estado ocultando una parte de su vida, una parte importante, y sentí que me había engañado. Con ese pensamiento empecé a hablar, subiendo la voz y mi acaloramiento conforme avanzaba. Lola trató de parar lo que estaba claro se le venía encima pero ya era imposible callarme. Ni siquiera el que aquella mujer fuerte a la que amaba empezara a llorar hizo que me controlara. Me sentía herida, estafada. Durante dos años había vivido para ella y ahora descubría que tenía algo tan oculto como un hijo.

Esa noche dormí en el sofá. La escuché llorar toda la noche cuando yo conseguía parar de hacerlo. A la mañana siguiente intentó que habláramos pero yo no quería escucharla, estaba rabiosa contra ella. Así estuvimos creo recordar que dos días hasta que finalmente accedí a que nos sentáramos para aclarar la situación. Habló sin parar, y yo la escuché. Cuando terminó lo único que dije fue "quiero conocer a ese niño". Todavía no sé por qué dije aquello, ni siquiera para qué, pero lo dije. El sábado siguiente fuimos a verle.

Era un crío con mirada algo asustada, físicamente se parecía mucho a Lola. Hablaba siempre mirando al suelo, supongo que algo aprendido a base de disciplina. Hubo un momento muy emotivo y fue a nuestra llegada, cuando apareció Miguel Angel y vió a su "hermana"; fueron los únicos instantes en que le ví distendido al echar a correr hacia ella y casi saltarle encima. En esa fracción de segundo miré a Lola: la expresión de su cara es algo que no olvidaré nunca; no se puede ser más feliz que lo que demostraba mi mujer. El niño, solemnemente, me dio la mano al ser presentados y no me atreví siquiera a darle un beso.

Cuando volvimos a casa ninguna de las dos habló durante bastante rato. Finalmente le dije a Lola: "necesito tiempo para asimilar todo esto". No dijo nada. A partir de ese día y si algo grave no sucedía fuimos a ver a Miguel Angel todos los sábados. Nuestra relación se resintió hasta tal punto que hablamos de separarnos; yo seguía enfadada con ella y lo que era peor, sintiéndome estafada y ningún razonamiento hacía que aquello cambiara dentro de mí.

NOTA

Haciendo un inciso en todo ésto y a pesar que no pensaba escribir hasta la noche, sí quiero comentar algo que acabo de recibir. A la persona que me lo ha hecho llegar mi gratitud porque desconocía el asunto y es fácilmente comprobable para personas que puedan haber llegado a dudar puesto que pueden escribir al correo que menciono a continuación ellos mismos.

Al parecer, y no sé la razón, cuando en este blog se aprueba la publicación de un comentario, al autor del mismo le llega un correo. Pero le llega un correo citando como remitente (o eso he creído entender) a alguien que se cita como Plumadeave@hotmail.com (si estoy copiando mal la reseña que se me ha facilitado, por favor que quien me la ha dado se ponga en contacto de nuevo conmigo, con la seguridad que su mensaje no será publicado).

Repito que tengo una persona de confianza que es quien ante cualquier duda mía busca, corrige, siempre preguntando qué hacer antes aunque le he dicho siempre que confío en él (pensaba referirme a esta persona esta noche). Le he pedido que mirara a quien podía pertenecer ese email. Me cuenta que ha mirado y que hay foros y blogs con ese nombre pero que en Internet es fácil tener el mismo varias personas porque sólo hay que cambiar algún signo; perdón si no me explico bien pero más o menos eso se me ha dicho. Le he escrito hace un momento a ese correo y espero tenga la amabilidad de responderme.

Durante toda mi vida he sido una persona consecuente con mis principios y creo que es entendible que no voy a cambiar eso ahora. Por eso y sin justificarme de nada puesto que no tengo el por qué, afirmo que no tengo nada que ver con ese correo y que hasta este momento no puedo explicar el por qué está pasando eso. Miguel Ángel, y repito que esta noche tengo previsto hablar de él, me cuenta que en sitios grandes como éste a veces hay problemas y que todo ésto al fín y al cabo es un mundillo de redes invisibles (repito sus palabras).

Miguel Ángel ha mirado el blog y me comenta que no encuentra nada raro por lo que tendremos que esperar a que se solucione solo. Mientras tanto y si recibiera alguna respuesta al correo enviado os lo haría saber.

Espero que con todo ésto no esté causando demasiadas molestias. Yo personalmente no tengo ningún correo simplemente porque no tengo quien me escriba.

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Acabo de recibir devuelto mi correo enviado a Plumadeave@hotmail:


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Delivery to the following recipients failed.

Plumadeave@hotmail.com






From: (Borrado el remitente por razones obvias)
To: Plumadeave@hotmail.com
Subject: Le ruego me lea
Sent: Wednesday, September 27, 2006 4:26:53 PM



Muy señor/señora mía:

El motivo de dirigirme a usted sin el placer de conocerle es porque al parecer su correo aparece como remitente de mi blog, sin que hasta el momento hayamos encontrado explicación a este hecho.

Acabo de enterarme de ello, ya que las personas que entrar a leer el citado blog, al hacer sus comentarios (los cuales hay que aprobar previamente) reciben un correo de confirmación en el cual figura la dirección de su correo. Imagino que igualmente usted estará recibiendo mensajes sobre dicha confirmación sin tener ni idea del por qué.

Le adjunto la dirección de mi blog para que tome la certeza que considere oportuna sobre que este correo no es ninguna broma. Soy una mujer de 70 años que simplemente cuenta su vida en dicho blog.

http://lesbianade70.blogspot.com/

El motivo de dirigirme a usted es simplemente el constatar que todo es un suceso fortuito ya que no tengo conciencia de conocerle de nada, aunque bien es cierto que este hecho está produciendo dudas y temores sobre la veracidad de lo que cuento, ya que es lógico pensarlo al aparecer un correo (el suyo) del que no puedo dar ningún tipo de explicación.

Habiendo mirado en el buscador Google hemos constatado que con su mismo nombre aparecen varios blogs y foros, uno de ellos en Blogger, por lo que parece que es todo un error y que algo ha debido cruzarse, ya que yo no dispongo de correo alguno y éste por el que me dirijo a usted me ha sido prestado.

Espero de su amabilidad me confirme que efectivamente no nos conocemos, y la aclaración de si esos otros blogs y foros son suyos.

Agradezco la atención que me ha prestado y espero su respuesta.

Atentamente.

Lesbiana de 70 años


Si alguien sigue teniendo dudas no tiene más que mandar su propio correo.







PRINCIPIOS DE 1968

La ciudad donde nos habíamos instalado para formar nuestro hogar era una localidad costera con vocación que años más tarde se proclamó con rotundidad. Pero por aquel entonces era una especie de pueblo grande con la ambición propia de una capital de provincias. Recién iniciado 1968 el país vivía entre los pequeños sobresaltos de los exaltados y un intento de sobrevivir con sueldos que rozaban la miseria. Siempre me ha hecho gracia leer a posteriori lo concienciado que estaba este pueblo contra la tiranía de Franco, a quien nadie ni por asomo se le hubiera ocurrido denominar como "dictador". Esos exaltados, para la población, eran un grupo de jóvenes que se empeñaban en algo llamado democracia y que casi nadie tenía claro qué era. Hay que entender el tiempo de que hablo y sobre todo la precariedad en las familias, demasiado ocupadas en llegar a fin de mes y pensando que lo que les hacía falta a aquellos jóvenes con sus alocadas carreras delante de los "grises" (policías nacionales que por aquel entonces llevaban uniforme gris) era una paliza de sus padres y un trabajo duro como el de la mayoría.

Los autobuses practicamente no existían para moverse por las ciudades, siendo el medio de transporte habitual el tranvía, que puesto sobre dos raíles y enganchado a la red eléctrica mediante un triángulo en su techo, era conducido por un hombre (inconcebible que hubiera una mujer conductora). Era de considerable atención por todos a pesar de ser una visión cotidiana, puesto que dichos tranvías se cogían para ir a trabajar, las maniobras del "señor conductor", quien en una rueda con manivela a modo del timón de un barco pero colocado en horizontal, manejaba con indudable maestría y buen hacer aquel intrépido vehículo con un montón de gente dentro. Los más audaces y cuando el tranvía ya estaba lleno, se cogían a la barra de subida y permanecían en el escalón de izada hasta llegar a su destino, sin ningún miedo ni peligro a los escasos coches que circulaban a su vez. En el interior del caballo de hierro ciudadano, el revisor cobraba el importe del viaje según la parada de destino, dando a cambio un diminuto billetito que parecía hecho con papel de fumar que contenía todos los datos por si había un accidente, ya que, y era algo de lo que se ufanaban en cuanto tenían ocasión los empleados públicos, había un seguro que lo cubriría todo y eso daba importancia y empaque, por lo que los viajeros guardaban con sumo cuidado hasta su apeamiento el frágil documento. He de decir que nunca hubo ningún accidente, cosa que honra sobremanera a quienes desempeñaban ese puesto de trabajo.

Los domingos las gentes solían salir después de misa a pasear vestidos con sus mejores galas. Los niños pedían insistentemente se les compraba barquillos en cuanto visualizaban al barquillero con aquel pequeño bidón metálico. Los padres solían acceder en alguna ocasión y contemplando satisfechos a sus retoños mientras éstos giraban la rueda que les premiaba con uno, tres o cinco barquillos.

Por las tardes los casados se solían recoger en casa hasta la hora de ir al cine, dependiendo la película de si había niños o no en el domicilio. Los más avanzados de edad y ya con hijos mayores solían ir a horas más tardías. Los jóvenes y algo menos jóvenes pero solteros solían ir al cine por la tarde y luego si la economía del conjunto lo permitía a merendar en algún mesón de los que se habían puesto de moda y cuyos precios solían ser asequibles. Las discotecas tal y como se conocen ahora no existían y las muy escasas que empezaban a aparecer eran miradas con cierto recelo negándose las chicas a ir... por si acaso. Lola y yo salíamos un rato los domingos por la mañana y por la tarde salvo alguna película de las que no nos queríamos perder, generalmente nos quedábamos en casa, en parte por ahorrar y también por estar juntas.

Esto de ir al cine tenía su aquel, sobre todo si hablamos de dos mujeres solas y aunque fuera en la sesión de tarde porque siempre había algún hombre solo que conforme avanzaba la proyección se iba cambiando de butaca, acercándose, hasta llegar a sentarse al lado de la mujer que consideraba su presa. Casi al momento la veías levantarse y como poco dar una bofetada al indivíduo en cuestión. Creo que no hace falta aclarar mucho más lo que intentaba.

Las parejitas solían acomodarse en las últimas filas y era frecuente ver a alguien levantarse y venirse hacia adelante.

Una persona adulta por aquellos años se consideraba bien pagada en su trabajo ganando poco más de mil pesetas al mes, y eso con suerte. Cuando digo "bien pagada" no me refiero a que pudiera hacer grandes cosas, si no que podía vivir con cuidado de controlar su economía casera.

Lola había conseguido trabajo en un colegio de la localidad. Era una institución para dar educación a niñas "difíciles", que entonces se llamaban rebeldes y de las que sus padres ya no sabían qué hacer con ellas. Pertenecía a una congregación de monjas con hábito, las oblatas, madres de mano muy rígida e incluso dura que pensaban que había que enderezar a aquellas almas descarriadas y volverlas al seno de la santa madre iglesia. Generalmente las niñas de edades comprendidas entre los diez a dieciseis años, habían estado ya en algún reformatorio sobre todo las más mayorcitas. Solían permanecer internas en el centro y cuando alguna conseguía escapar era castigada con la mayor severidad, tanto física como emocionalmente.

Lola consiguió una vez ya dentro del profesorado, que se me diera un puesto en la cocina, de tal modo que practicamente teníamos un horario parecido ya que se me dio el turno de día. Por las noches después de cenar yo solía estudiar un par de horas mientras ella se ocupaba de poner en orden lo poco que ensuciábamos al estar todo el día fuera de casa. Después de tantear posibilidades y buscar la forma de compaginar trabajo y estudios, pude ir preparándome para la profesión que había decidido conseguir y ejercer. Sé que sin Lola nada de ello hubiera sido posible porque cuando yo llegaba cansada y decía de dejarlo todo, siempre era ella quien "me obligaba" a repasar lo aprendido "tomándole las lecciones".

No hay día en el que no la añore, aunque la siento constantemente a mi lado.

26 septiembre 2006

NUEVA VIDA JUNTAS

Teníamos que tomar una decisión y las dos lo sabíamos. Y la tomamos. Elegimos una ciudad parecida a la que teníamos y no demasiado lejos, puesto que como ya he dicho Lola sí tenía padres con los que se llevaba bien. Aprovechábamos los fines de semana para desplazarnos en busca de un piso, pero nuestro mayor problema era el cambio de trabajo que sin dudar teníamos que tener. Decidimos que sería yo quien se trasladaría en un principio, manteniendo ella el suyo, única forma de salir adelante que teníamos; una de las dos tenía que seguir manteniendo un sueldo.

Finalmente encontramos un pequeño piso. Aquel tipo de despedida fue uno de los peores momentos que tuvimos aunque ambas sabíamos que era algo momentáneo aunque también que podía prologanse varios meses, como así fue finalmente. Estuvimos un año en esas condiciones. Lola venía los fines de semana y a mí me preocupaba enormemente su cansancio de tantos kilómetros y que tuviera algún percance con el coche, aunque nunca le dije nada.

Lo cierto es que a pesar de todo éramos muy felices. Nos teníamos la una a la otra y cada vez estábamos más convencidas de que era para siempre.

Yo encontré un trabajo y puesto que disponía de todo el tiempo libre al tener turnos decidí que era tiempo de enfrentar con firmeza mis estudios. Cuando se lo comenté a Lola se llenó de entusiasmo. La semana pasaba con la vista puesta en el sábado que es cuando ella llegaba, ya que decidimos no llamarnos siquiera por teléfono para ajustar lo más posible los gastos. Se había puesto ya en venta el piso de Castellón y tan sólo esperábamos que apareciera un comprador oportuno para que Lola dejara su trabajo, puesto que con el mío y el dinero de la venta podíamos vivir hasta que ella encontrara algo.

Hacía casi un año que estábamos en esa situación, era sábado y yo esperaba ya impaciente su llegada. Empezó a tardar pero pensé que igual había parado a tomar un café o simplemente se le había pinchado una rueda; pensamientos tontos que trataban de contener mi impaciencia. Finalmente apareció. Estaba radiante. Nos besamos hambrientas la una de la otra; yo fui llevándomela hacia el dormitorio cada vez más nerviosa mientras ella se reía por lo bajo; de pronto me sujetó haciendo que la mirara directamente a los ojos y con una expresión realmente deliciosa en su rostro me dijo: ya está hecho. De momento no supe a qué se refería y pregunté. Su sonrisa se amplió y apretándome hacia ella me dijo muy bajito: el lunes ya no me tendré que ir.

Casi anochecía cuando por fín pudo contarme lo que había pasado. Tumbadas sobre la cama, reconozco que las dos completamente exhaustas y habiéndonos dormido apenas una hora, me contó que a principio de semana apareció un matrimonio interesado en el piso; les encantó lo que vieron y sobre todo el exquisito gusto con que estaba decorado (fruto únicamente de Lola), y como la venta del mismo se hacía tal cual estaba, aprobaron la compra casi al momento. El hombre era abogado por lo que los trámites se agilizaron sobremanera; únicamente quedaban algunos documentos por firmar pero la compra-venta estaba prácticamente finalizada. A Lola le quedaban unos días de vacaciones y había aprovechado para pedirlos dando al mismo tiempo el margen establecido para despedirse. Aún habría de ir algunas veces a ultimar, pero el camino hacia vivir juntas se acababa de abrir ante nosotras.

La semana siguiente no pude acompañarla ya que yo todavía no tenía derecho a vacaciones, por lo que aparte de ir a Castellón aprovechó para ir a casa de sus padres; tenía que contarles el cambio que iba a producirse en su vida, naturalmente sin hablarles de mí. A partir de entonces yo pasé a ser "su compañera de piso", aunque para ser sincera y mucho más adelante en que sí la acompañé varias veces, su madre, una buena mujer producto de otra época en la que ni siquiera existían, en ocasiones me miraba directamente a los ojos y sonreía; en alguna ocasión llegó a poner su mano en mi cara en una especie de caricia. Creo que sabía lo que pasaba o por lo menos algo imaginaba porque a veces la veía mirar a su hija, después a mí y sonreir suavemente. Lola se le parecía mucho físicamente y entre ellas dos había una complicidad dificil de entender, sobre todo por las diferencias casi abismales entre las generaciones de entonces.

Y así comenzamos nuestra vida en común, con muchos problemas sobre nuestras cabezas pero tan llenas de amor que estábamos convencidas que podríamos con todo. Lola era una mujer fuerte, segura, enérgica en ocasiones, impulsiva, vehemente; yo más tranquila, más miedosa, precavida... pero enamorada de ella hasta las entrañas.

21 septiembre 2006

LOS ANILLOS

La vida entre Lola y yo transcurría sin más altibajos que el no poder mostrarnos tal y como éramos de una forma pública. Y el miedo era mucho. Hay que entender lo complicado de ser mujer en aquellos años y más aún ser lesbiana, sentirte como tal y querer a alguien.

Yo seguía manteniendo mi piso simplemente por una cuestión de aparentar, porque no podía irme de forma clara a vivir con Lola. Mientras tanto nuestra relación se afianzaba y cada vez nos necesitábamos más la una a la otra. De vez en cuando volvíamos a retomar lo de irnos a alguna otra parte pero creo que a las dos nos daba algo de miedo esa decisión, no por inconsistencia de nuestros sentimientos que cada día estaban más claros y seguros, si no porque era dejar todo, absolutamente todo atrás empezando desde cero. Y eso siempre da miedo.

Recuerdo en concreto una noche después de cenar. Yo no me encontraba muy bien (tenía la regla) y el día había sido bastante complicado por eso. Lola me colmaba de atenciones y delicadezas en esos días y prácticamente me trataba como a una verdadera princesa de cuento. Salió el tema de irnos (lo inicié yo porque era algo que cada vez me preocupaba más: quería vivir con ella, compartir todas esas pequeñas cosas que hacen importante la vida). Lola me contó algo que yo ya intuía: de qué íbamos a vivir si las dos perdíamos nuestros trabajos?. Estuvimos pensando en soluciones que fueran factibles, pero no era fácil y no podíamos ni debíamos precipitarnos ya que el tema económico, y lo sabíamos, siempre termina por quebrantar una relación.

Días después se aproximaba su cumpleaños, el primero que íbamos a pasar juntas y yo quería algo muy especial. Trabajábamos las dos por lo que la celebración sería a la hora de cenar. Calibramos salir a cenar pero la verdad es que ya estábamos en plan ahorrativo para cuando nos fuéramos, aparte que el salir implicaba "guardar las formas", y eso precisamente era lo último que las dos queríamos, al menos ese día. Yo no sabía cocinar muy bien por lo que decidimos, después de un tira y afloja llenas de risas que Lola haría algo y que yo me ocuparía de los postres... la verdad es que creo que las dos pensábamos en "el postre", y no quisiera ser grosera al decir ésto, pero lo cierto es que gustosamente me habría quedado sin cenar.

Lo que sentía por Lola se iba acrecentando día a día y temí que en uno de ellos no me cupiera dentro. La amaba tanto que hubiera dado cualquier cosa por verla siempre sonreir como lo hacía entonces, incluso la vida. No pudo ser, no pude cambiarme por ella años después pero no quiero ponerme triste ahora.

Cuando llegué a casa eran más de las ocho de la tarde. Lola hacía rato que estaba. Nos besamos, abrazamos... y la cena tuvo que aplazarse hasta casi las once, menos mal que ella era previsora y ya tenía algunas cosas medio preparadas. Yo por miedo a fracasar le había comprado una enorme tarta que estuvimos comiendo tres días, toda de chocolate como a ella le gustaba. Después de la cena y la tarta, nos sentamos a saborear un riquísimo champán (entonces aún se llamaba champán), yo hice como que tenía que ir un momento al baño y volví con un pequeño envoltorio que le alargué. Hizo un precioso gesto como de enfado, de "no podemos" pero estaba encantada, y yo inmensamente feliz al mirarla. Lo abrió con prisas y nerviosa, por lo que me reí... recibí una palmada de protesta y yo la besé.

Esa noche, esa escena, ella, son imborrables en mi mente como lo fueron en la de Lola. Cada año después de entonces, ese mismo día por la mañana, antes de marchar al trabajo (madrugaba más que yo) aparecía su alianza sobre mi mesita de noche. Yo entonces me quitaba la mía, las introducía en la misma cajita, la envolvía y por la noche, como un precioso y mágico ritual repetíamos el yo dársela, ella abrirla, y ponernos mútuamente los anillos diciéndonos muy bajito y mirándonos a los ojos: te quiero.

Es algo que aún sigo haciendo porque sé que ella está conmigo.


20 septiembre 2006

LA LLAVE

Hay un momento en cualquier relación que marca el principio de una vida en común. Lola y yo nos veíamos con toda la continuidad que era posible y parecía que nunca teníamos bastante.

Un fin de semana en el que habíamos hecho planes que ya eran habituales (salir de la ciudad y pasarlo en cualquier pueblo alejado donde hubiera algún pequeño hotelito, cosa nada sencilla porque en aquellos tiempos no existía la proliferación que hay actualmente, sin olvidar la peculiaridad de dos mujeres solas), me propuso cambiarlos. No era mucho el tiempo que teníamos porque yo trabajaba hasta el mediodía los sábados, pero no nos importaba porque lo único que queríamos era estar juntas.

Yo ya vivía en un piso de alquiler que conseguía mantener a duras penas con mi sueldo. Lola por el contrario sí disponía de piso propio y de una independencia tanto económica como personal envidiable para mí, y de dudosas habladurías para muchos. No estaba bien visto que una mujer viviera sola. Creo que no lo he dicho o al menos no lo recuerdo: Lola era maestra en un colegio de monjas sin hábito, o lo que es lo mismo: vestidas civilmente.

La propuesta que me hizo fue la de pasar ese fin de semana en su casa. Ya he mencionado en alguna ocasión que según para qué cosas Lola era muy avanzada para la época. Me quedé sin saber qué decir, llena de emoción por un lado pero con la sensación del cambio que aquello significaba. Para que se entienda perfectamente he de confesar que Lola y yo todavía no habíamos hecho el amor juntas. Sí nos habíamos besado, abrazado, acariciado, naturalmente que sí, incluso habíamos dormido en la misma cama... pero no habíamos hecho el amor. Muchas veces recordamos todo aquello y nos contamos mútuamente el por qué fue así; cada una tenía sus razones pero al final las dos supimos que no queríamos que nada se estropeara por una precipitación. Ella había tenido sus historias, yo menos pero también y lo que sentíamos la una por la otra era tan importante que quisimos hacerlo sin prisas, asegurando los sentimientos. Nos dimos tiempo para conocernos, para hablar, para mirarnos. Fue Lola, como muchas otras veces, quien tomó la iniciativa pero lo cierto es que las dos estábamos ya preparadas y sabíamos lo que queríamos: la una a la otra.

La mañana de ese sábado estuve muy nerviosa. Mil veces quise llamarla y decirle que no, que aún no, y mil veces también no hice nada y me quedé sonriendo. Estaba completamente enamorada de ella, de su forma de ser, de cómo me miraba, de cómo me ponía un poco de vino en la comida, de cómo hacía que me durmiera en cama extraña pasando su dedo por mis labios.

Cuando por fin llegó el mediodía toda yo era un manojo de nervios. Salí de la tienda, la cerré y la ví sonriendo al otro lado de la acera. Quise abrazarla... pero no podía. Entonces no se podía. Sin casi hablar fuimos juntas hacia su casa. Subió las escaleras delante de mí, guiándome y en cuanto cerró la puerta tras haber entrado yo, sin mediar palabra me besó. No era la primera vez ni sería la última, pero sí fue entonces cuando estuve completamente segura que sería mi mujer el resto de nuestras vidas.

Lo siento pero no voy a contar nada que pertenezca a nuestra intimidad, por pudor y por respeto a ella y a mí, pero sí quiero decir algo: no sé cómo se hace el amor ahora, pero aquella tarde Lola fue la mujer más delicada, dulce, amorosa, sublime. Fui en sus manos y con su cuerpo lo que ella quiso y jamás me había sentido tan deseada y tan amada. Posiblemente yo no estuve a su altura aunque siempre me dijo que sí, pero sé que nunca me había entregado a nadie como lo hice con ella. No encuentro otra forma de decirlo y quizás no sea muy correcta, pero durante aquel fin de semana fuimos dos mujeres en un solo cuerpo. Su forma de acariciar, sin prisas pero haciendo saltar todos mis resortes; esa manera de casi anunciarme cada uno de sus besos, haciendo que la deseara; ese quedarse quieta mirándome fijamente mientras sonreía y yo me sentía morir. Cuánto la extraño Dios mío, cuánto la extraño.

Salimos de casa el lunes por la mañana muy temprano después de llorar juntas porque teníamos que separarnos. Eramos dos mujeres adultas y nos sentíamos niñas desvalidas la una sin la otra. Quedamos en vernos al mediodía en casa. Ella llegaría antes que yo y haría algo para comer. Recuerdo que salí de la tienda y tuve que contenerme para no salir corriendo: quería llegar cuanto antes... porque me estaba esperando. El portal estaba con la puerta entornada (entonces nadie cerraba) y subí de dos en dos las escaleras de tal forma que cuando llegué arriba mi corazón se salía, no sé si por el esfuerzo o por lo que sentía. Llamé al timbre y casi enseguida apareció Lola. La puerta debió cerrarse sola porque nosotras ya estábamos besándonos. Siempre he sido la más "sensata" de las dos y la que pensaba en algunas cosas que la hacían reír a carcajadas: ya abrazándonos en la cama y en plena vorágine de ropas, cinturones y zapatos tuve "el valor" de decirle: "pon un despertador que trabajo esta tarde". Lola al escucharme decir aquello se quedó sobre la cama convulsionándose de risa pero enseguida se vino de nuevo hacia mí... yo insistí riéndome también... y ella puso el despertador. Naturalmente no comimos.

Esa noche me hizo el primer regalo: envuelto en un precioso papel negro con salpicado de rosas doradas (sé que es una tontería, pero aún lo conservo) había una llave. Era la de su casa aunque siempre dije que fue la de su amor. Con tantos años pasados desde que dejamos aquella casa todavía me emociono al recordarla, porque aún no siendo el principio de todo (el principio fue aquella cafetería donde nos vimos por primera vez), sí fue el comienzo de nuestra vida. Fuimos muy felices allí durante los meses siguientes, hasta que de nuevo Lola planteó que no podíamos seguir de aquella forma: yo pagando un alquiler y procurando que no me vieran entrar o salir de casa los vecinos; también estaba claro que teníamos que marchar de aquella ciudad que sin ser tan pequeña como un pueblo donde todos se conocen, tampoco era demasiado grande y era factible que algún conocido, de ella o mío, nos viera y terminara por preguntar. Me sentí como una apestada que estuviera haciendo algo mal, y se lo dije; Lola me miró muy seria y contestó que si yo quería seguíamos como hasta entonces. Era inviable esa solución y las dos lo sabíamos; queríamos, necesitábamos estar juntas y eso era lo más importante.

Durante mucho tiempo hablamos sobre el cómo hacerlo. Había que vender su casa para poder juntar algo de dinero. Dejar los trabajos. Hacer las maletas y buscar otro lugar donde poder comenzar juntas y sin nadie conocido... como primas. Eso era lo habitual: ser primas de segundo grado para que a nadie le llamara la atención el poco parecido existente. Conmigo no era tan difícil puesto que toda mi familia estaba en el sur y desde mi entrada en el convento el trato había sido escaso, salvo en la enfermedad de mi madre, pero Lola tenía a los suyos muy cerca y los echaría de menos. Nunca conocí a sus padres; ni siquiera pude ir cuando el cabeza de familia murió porque pensamos que no era aquel un buen momento para que me conocieran. Después lo fuimos dejando, y el que Lola fuera sola a ver a su madre se hizo una costumbre. Eso fue algo que siempre llevó muy mal, pero es la época que nos tocó vivir. Ya pasados los años y cuando las cosas fueron suavizándose ya no había nadie a quien contarle que querías a otra mujer.


17 septiembre 2006

MI LIBERTAD

A quien corresponda:

No miento porque no tengo por qué hacerlo. En el segundo blog de quien al parecer ha hecho cruzada de acoso y derribo contra mí, no se pueden hacer comentarios anónimos y eso lo ví ayer, así que si no lo han rectificado ya, sólo se podía responder estando registrados. Y repito que no tengo por qué mentir, ni ahora ni nunca. Por mi parte queda ese y todos los demás asuntos cerrados porque mi intención no es entrar en controversias con nadie y menos con quien sí falsea, miente, tergiversa y trata de ensuciar simplemente por diversión o placer. Allá cada cual con su conciencia... si es que la tienen.

Pero sí voy a aclarar algunas cosas que producen la ignorancia de quien se cree en posesión de la verdad. Para hablar de algo hay que conocer, y no me refiero a conocer de referencias o porque se ha leído. Hay un conocimiento que no aparecerá posiblemente nunca en ninguna parte y es el de lo vivido. Por mucho que alguien te cuente cómo fue la guerra civil, por mucho que se lea, nunca nadie podrá describir lo que sintieron los que la vivieron y padecieron. Por eso mismo no he hablado ni hablaré de aquel tiempo porque nací el año que esa contienda estalló y lo que pueda contar es oído, nunca vivido. Pero de lo que viví sí puedo hablar y nadie, absolutamente nadie por mucho que haya escuchado, leído e incluso estudiado, podrá rebatir ni una sola de mis palabras, porque lo viví en primera persona.

Soy una mujer de 70 años, muy mayor posiblemente, pero que ha intentado siempre, dentro de su propio orden, no perder el tren y quedarse anclada en el pasado. Por eso mismo el tacharme de falsa simplemente porque utilizo algunos modismos o formas de expresión que no son propias de mi edad entre otras cosas en una tontería y una muestra de la total ignorancia de muchos elementos. Una persona con poco que lea y que trate de mantenerse un poco al día no se queda anclada en cuando tenía veinte años, si no que se adapta en ciertos aspectos al tiempo que le está tocando vivir. El cumplir años no es sinónimo de un buen día morirse en una edad concreta. No se me escuchará hablar ni escribir como los jóvenes de hoy día porque ni es apropiado ni muchas veces me gusta, pero sí hay términos que hace muchos años se utilizan y quedan en una misma un poco por costumbre.

No voy a justificar nada, porque nada tengo que justificar y menos en este blog. Hago lo que quiero porque me he ganado el derecho a ello, y nadie, ni siquiera personas que considero tienen un problema grave y deberían recurrir a alguien especializado puesto que puede quedárseles crónico, van a decirme qué puedo o no puedo decir o hacer.

Pero sí, y lo repito, voy a aclarar algunas cosas que se me han achacado, repito que haciendo gala de una ignorancia que raya en la ridiculez de hablar por referencias y no con conocimiento de la época.

En los años que menciono el "ir a tomar algo" no era sinónimo de irse de discoteca o a lugares nocturnos, sencillamente porque las discotecas no existían y los lugares nocturnos a los que se podía ir (siempre acompañada de tu marido, nunca de tu novio) eran los llamados "cabarets" o también lugares de "mujeres de la vida". Creo que no hace falta más explicación. Jamás se nos hubiera ocurrido a ninguna mujer "decente" "irnos de copas", pero sí se salía y más cuando estabas cerca de la treintena y no tenías que dar cuentas a nadie más que a tí misma.

Lo de tener problemas físicos con el hígado y tomar café... lo de "ir a tomar café" es una expresión que lleva mucho tiempo (años) utilizándose de forma coloquial y no quiere decir precisamente "ir a tomar café". En aquellos años había mucho desconocimiento respecto a cosas que hoy día se consideran normales: no se sabía, por ejemplo, que el chocolate aparte de ser un excitante producía dolor de cabeza; ni que un niño pudiera tener intolerancia a la leche (la devolvía?, pues se le seguía dando porque un crío tenía que tomar leche); se decía que la sardina por ser pescado azul era mala para la salud, cuando hoy se conoce que dicho pescado es bueno; y tomar café teniendo mal el hígado, se tomaba manzanilla o incluso té (que también hoy es ya malo) hasta que pasaba la crisis, y después se volvía al café... tan difícil es comprender que no se sabía?. Podría seguir pero creo que es suficiente con lo que acabo de exponer. Ahora hay medios para conocer las cosas; entonces únicamente teníamos la radio y demasiadas preocupaciones para subsistir. La información de que ahora se dispone no existía, y mucho menos la facilidad. Al parecer a algunas se les olvida (o quizás no y simplemente lo ocultan) que por aquellos años los hermanos heredaban la ropa incluso de sus padres, que a los zapatos se les ponía una media suela encima de otra y de otra para que duraran, y que la mujer que se ponía pantalones o era una "marimacho" o algo peor.

Por aquellos tiempos dos mujeres que quisieran vivir juntas tenían que dejar su trabajo y la ciudad donde vivían y trasladarse a otra donde nadie las pudiera reconocer, pasando por hermanas o primas.

Viví muchas injusticias, muchos miedos y ya va siendo hora de que los hijos o nietos de aquellos que se creyeron con potestad para juzgar y decir "ésto sí, ésto no" dejen de querer controlar. Que cada cual viva su vida y deje al resto en paz, que tan facista es quien hace cruzadas en nombre de Dios como quien las hace en nombre del lesbianismo, de la raza pura o de "yo soy la única verdad existente".

Me da pena que personas que se han criado en libertad, con derechos, con la opción de poder elegir, quieran anular el de los demás simplemente porque no conocen el respeto y la tolerancia.

16 septiembre 2006

INTOLERANCIA

Sólo quiero hacer un pequeño inciso.

Me lo han comentado esta tarde y no lo he querido creer, y como nunca he consentido que se hable mal de nadie, sea quien sea, y ante la insistencia de que lo que se me estaba contando era cierto, he pedido las direcciones de los blogs que se me mencionaban para ir yo misma a comprobarlo.

Una vez hecha esa comprobación y viendo que efectivamente era cierto lo que se me decía, vengo aquí a escribir ésto no voy a decir con qué sentimiento porque eso es personal pero sí con el no entender los por qués de ciertas actitudes. Repito que no conocía nada de todo eso hasta hoy, salvo muy al principio de iniciar el otro blog, el primero en chueca, en el que me enteré que había mujeres que se habían sentido ofendidas por lo que yo escribía (sigo sin comprenderlo puesto que no creo haber molestado ni injuriado nunca a nadie) y que habían arremetido contra mí. En eso momento pedí si era posible, y así se hizo, que se limitaran los comentarios a mi blog puesto que no me era agradable ir a escribir y encontrarme con algunas cosas.

Posteriormente y como ya he citado debidamente, y únicamente por motivos de lentitud en el programa decidí cambiar de ubicación.

Dicho todo ésto llegamos a la tarde de hoy que estando con unos amigos que al parecer sí estaban al tanto de algunas cosas, me comentan que el otro blog de algún modo molesto conmigo sigue con sus ataques, e incluso que ha venido hasta aquí para crear un segundo intentando desacreditarme. Sigo sin comprender nada puesto que repito no creo haber hecho daño a nadie, y si así fuera lo más correcto es tratar de comunicarse conmigo de alguna forma y no así. Pero lo más gracioso por decirlo de alguna manera, es que una de las cosas que se me achacan es, aparte de no creer en la veracidad de lo que escribo, es que no dejo o dejaba hacer comentarios a mis escritos. Eso es cierto en el otro blog y ya he explicado el por qué. En éste al parecer los comentarios tienen que ser leídos antes de publicarse, y puedo asegurar que no por mí, pero no voy a enmendar a nadie cuya única fidelidad es su cariño hacia mí.

Bien, el comentario ha sido el de que después de criticar esa nulidad de poder comentar nada en el otro blog, y la "censura" en éste, censura que según se me ha prometido ha sido hecha únicamente contra esas personas que me insultan , resulta que en los blogs que están efectuando una cruzada contra mi persona tampoco se puede hacer comentario alguno a no ser que se esté registrado en el programa. Es decir que cualquier persona anónima no puede decir lo que piensa en esos otros blogs. Y eso no es censura?. Entonces qué es?. Se me ha criticado a mí de forma encarnizada (y he estado mucho rato leyendo esos blogs) y ahora ellas hacen lo mismo que me han censurado a mí?. Y esa juventud es la que se cree con derecho a decir que yo miento y que soy una falsa?. Esas mujeres son las que se atreven siquiera a mofarse de un nombre tan sagrado para mí como el de Lola?. Esas "señoras" son las que se creen con derecho a abanderar no sé qué y poner en entredicho el honor de alguien que lo único que hace es contar SU VIDA sin meterse con nadie?.

Discúlpenme todos pero esas mujeres son unas impresentables y la deshonra del resto. Para ésto no hemos padecido tanto ni hemos pasado tanto miedo. No tienen ustedes, y me dirijo a las autoras de ese blog la más mínima vergüenza ni pundonor, ni hacia sus semejantes ni hacia nadie. Espero que cuando tengan la edad que tengo yo ningún jovencito les haga tanto daño riéndose como lo están haciendo ustedes. Las únicas que seguramente mienten son ustedes que carecen de la más estricta dignidad, como personas, como mujeres y como lesbianas.

14 septiembre 2006

SU CÁRCEL

Lola y yo llevábamos ya un tiempo sabiendo lo que sentíamos la una por la otra. Procurábamos no llamar la atención yendo a lugares donde no pudieramos encontrarnos con algún conocido. Como ya dije el otro día la "Ley de Vagos y Maleantes" estaba en plena aplicación y cualquier denuncia podía hacer que nos viéramos en problemas.

Una tarde que volvíamos de comer Lola paró el coche. Tenía un seiscientos que había comprado hacía ya algunos años y que se pasaba más tiempo en el taller que en la calle. Ahora estaba recién arreglado y aunque no era muy de fíar nos habíamos arriesgado a salir fuera de la ciudad. Durante toda la comida Lola estuvo más seria que de costumbre sobre todo teniendo en cuenta lo ocurrente que solía ser; le pregunté varias veces qué le pasaba recibiendo una sonrisa como respuesta y un "luego". Ya volvíamos a Castellón cuando salió ligeramente de la carretera y paró.

Dijo que había algo que quería contarme, que lo había pensado mucho y estaba segura que lo que ambas sentíamos no era un juego. Le contesté algo airada: "claro que no!!!". Me dió un beso y pidió que la escuchara sin interrumpirla. Nunca la había visto así. Su mirada baja, el rostro serio y la voz apenas perceptible. Me acomodé ligeramente en el asiento del coche mientras pensaba preocupada qué podía querer decirme.

Había estado en la cárcel. Hacía unos años se había enamorado de una mujer y un día alguien las vió besándose. Nunca supieron quién pero la denuncia fue inmediata y con ella la presencia en sus casas de "la secreta". La "secreta" era la policía, siempre vestidos de paisano, que generalmente investigaba los delitos que eran considerados de cierta peligrosidad o envergadura por el régimen franquista. Solían ir de dos en dos aunque en ocasiones se incrementaba su número dependiendo de la situación. Por aquel entonces y salvo los obreros de fábricas y los campesinos, el resto de los trabajadores sobre todo concercientes a comercios y oficinas iban trajeados por lo que dificilmente podían ser distinguidos. Naturalmente eran siempre hombres ya que la mujer quedaba relegada en los respectivos departamentos a funciones administrativas únicamente.

Se la llevaron detenida, pasó la noche en comisaría. Fue declarada culpable, aplicándosele la ya mencionada "Ley de Vagos y Maleantes". A los "maricones" se les ingresaba en prisión, en departamentos aparte del resto de los reclusos o eso al menos constaba en dicha ley. A las "tortilleras" la condena, hecha sin el menor rigor ni control judicial, hacía constar el delito de prostitución ya que ni siquiera entonces se reconocía el lesbianismo. Hay que recordar que la mujer era "el templo" de su hogar, y por lo tanto incapaz en nada que tuviera que ver con desviaciones de conducta como era entonces la homosexualidad. Por lo tanto el único pecado que el Estado reconocía en la mujer era el de ser puta, y como tal se englobaba a las lesbianas. La pena de prisión por lo tanto no era en departamento distinto al resto de las reclusas. En el mismo momento de la entrada en la cárcel, las presas conocían perfectamente quién entraba allí como prostituta y quién como "tortillera".

Lo que me contó Lola nos hizo llorar a las dos. Yo no tenía ni idea de que todo aquello hubiera podido pasar. Sé lo que había padecido yo en nombre de la religión, pero nunca me había planteado siquiera que fuera, en el otro lado de aquellas rejas de "todo por Dios" también hubiera tanto dolor sin más pecado que el del amor. Sólo diré y por respeto a que si alguien lee ésto pueda sentirse herido, que las propias reclusas podían (de hecho lo hicieron) quemar el vello del pubis con una cerilla mientras su víctima era sujetada, o introducirle cualquier palo para que "por fin supiera" lo que era tener a un hombre dentro, o pellizcar hasta hacer sangrar los pezones de los pechos, o introducir agujas de coser en esos mismos pezones...

Y mientras todo eso ocurría el resto de esas mujeres reían a carcajadas y gritaban en plena histeria. Algunas de las carceleras participaban en esas salvajadas.

13 septiembre 2006

LA PRIMERA CENA

Seguramente parezca una tontería pero en aquella época no se conocían muchas de las cosas que ahora son normales. Recuerdo que la primera vez que escuché la palabra "lesbiana" no supe lo que era; el término más común era el de "tortillera" y naturalmente era pecado mortal. Nadie declaraba abiertamente ser "distinto" porque ello implicaba un rechazo total y absoluto hacia tu persona hasta tal extremo que podías perder incluso tu puesto de trabajo. Y por aquel entonces los trabajos eran fijos en su mayoría.

Yo seguía intentando encontrar la forma de poder estudiar Magisterio y mientras tanto continuaba asistiendo a clases nocturnas que no me llevaban a ninguna parte.

Durante días no supe qué había sido de Lola. Pensé que posiblemente no volvería a aparecer nunca y que todo quedaría en un sueño de mi mente. Se acercaba Navidad y las calles y las gentes se preparaban para las fiestas. Recuerdo perfectamente el día porque luego lo comentamos en muchas ocasiones: era sábado 18 de Diciembre de 1965. Teníamos la tienda ligeramente adornada y la mañana parecía presentarse tranquila; seguramente todo el mundo se decidiría a salir a la calle por la tarde y realizar entonces sus compras navideñas. Yo estaba doblando unas camisas desplegadas a un cliente anterior cuando noté que alguien entraba en el comercio, levanté la mirada con la mejor de mis sonrisas puesta y me encontré con aquellos inmensos ojos de Lola. Me azoré toda entera mientras ella sonreía abiertamente.

En un principio siempre pensé que aquel encuentro había sido fortuito: ella necesitaba comprar algo para un regalo y entró en "mi" tienda por casualidad. Nos reímos muchas veces después a raíz de mi ingenuidad. Lola había vuelto varias veces a la cafetería pero en distinto horario por motivos profesionales y naturalmente no coincidíamos, entonces preguntó al camarero que sí parecía conocerme y supo de ese modo dónde trabajaba. He de decir que siempre, durante toda la vida, Lola fue más valiente, mucho más, que yo que siempre lo pensaba todo una y otra vez. Posiblemente jamás nos hubiéramos encontrado de haber sido yo quien hubiera tenido que buscarla. Siempre he bendecido que fuera así ella... incluso al final de todo.

Seguía sonriendo maravillosamente mientras a mí no me salía una sola palabra del cuerpo. He dicho ya que era un bellezón?. Alargando la mano me dijo: "me llamo Lola, y tú?". Me pareció arrogante, incluso irrespetuosa por esa manifiesta cercanía... y tremendamente deliciosa. Le contesté con apenas un hilo de voz que casi me atraganta y casi se echó a reir abiertamente. Me quedé mirándola absolutamente como una tonta.

Hemos comentado en multitud de ocasiones aquellos momentos en los que nos daba igual el peligro que podíamos correr. Éramos dos mujeres adultas, enganchadas la una de la otra sin conocernos y que podíamos vernos en muchos problemas si alguien nos escuchaba. Pero en la tienda no había nadie, ni siquiera mi jefa; supongo que hasta ese momento ideal fue buscado por Lola para entrar. Qué tontería verdad?: nunca se lo pregunté, pero seguro que fue eso.

Compró un pañuelo de cuello y cuando se lo iba a envolver me dijo que se lo diera y se lo puso. Creo que ya me había enamorado perdidamente de ella porque sentí que aquel pañuelo era algo mío. Cuando le escuché preguntar si me apetecía ir al cine esa tarde...

Como yo trabajaba esa tarde quedamos en vernos a las ocho, hora en que yo cerraba. Lugar: "nuestra cafetería" donde pensaríamos un lugar para cenar. Tuve que llamar a un par de amigas con las que había quedado y buscar una excusa para anular el irnos esa noche a tomar algo. Cuando llegué me hizo reir puesto que al verla con dos bolsas en las manos y preguntarle si había hecho alguna compra, me contestó que no, que era nuestra cena: bocadillos, y que había estado "poniendo" la playa. Fue la cena más deliciosa que había tenido en mi vida.

12 septiembre 2006

LEY DE VAGOS Y MALEANTES

Problemas con el anterior blog han provocado el cambio de ubicación. Ahora parece más sencillo puesto que ni siquiera hace falta que venga a él para escribir: puedo enviarlo todo desde mi Word, y eso hace que me sienta algo más cómoda. Esperemos que esos otros problemas de lentitud y de pérdida de textos no se repitan aquí.

Gracias a quien se ha preocupado de poner este lugar en orden, haciéndomelo fácil como siempre.

Hay cosas que aún no he contado, pasando por ellas de puntillas y temiendo sacarlas a la luz. No sé si finalmente seré capaz de hacerlo o no, aunque el empezar a escribir todo esto precisamente fue para eso: para quitarme algunos fantasmas que siempre han estado ahí. Mucha gente tiene cosas ocultas, de su niñez, de su juventud, que jamás ha contado a nadie y que ni siquiera sabe si en realidad ocurrieron o fueron fruto de su imaginación, aunque un niño nunca suele tener fantasía en según qué puntos.

Pero dejando que eso, como muchas otras cosas en la vida, maduren y caigan solas, sí quisiera hoy, someramente y sólo como mención, hablar de la Ley de Vagos y Maleantes que imperaba en los años sesenta.

En aquella época y como es sabido Franco era quien gobernaba con mano férrea España. Los que estaban en el poder o cercano a él nadaban en una abundancia que rayaba la obscenidad. Las "señoras de" mostraban sin ningún recato sus pieles y joyas en el Nodo mientras el pueblo casi pasaba hambre. Un trabajador de la época podía perfectamente no llegar a ganar ni mil pesetas al mes como salario por interminables horas, horas que es cierto estaban reglamentadas pero que prácticamente nadie cumplía. Se premiaban a las familias que tenían 18 ó 20 hijos como modelo de lo que era una típica familia española, y lo habitual es que los chiquillos se pasaran el día en la calle, siendo muy pocos los escolarizados. La enseñanza pública era para los más pobres, y la privada tan cara que ningún niño de familia trabajadora podía llegar a ella. Lo habitual es que al llegar a los doce años te pusieran a trabajar, siempre de tapadillo porque era ilegal, y a los catorce fueras todo un experto en esconderte cuando llegaban los inspectores del sindicato amarillo a tomar café con tu jefe.

La ley de vagos y maleantes trataba por igual a los ladrones, asesinos, mendigos, maricas, tortilleras... Siento profundamente emplear estos términos pero por aquel entonces no existían las definiciones de homosexuales, gays ni lesbianas. Simplemente eran unos desviados a los que había que volver al buen camino a cambio de palos y vejaciones.

Cuando una chica llegaba a casa diciendo que estaba embarazada (casi siempre por su novio que la había convencido de "entonces es que no me quieres"), si era de clase humilde solía ser arrojada de su casa porque era la vergüenza de todos y la deshonra de la familia. Cuando a una chica se le "ponía la lengua encima" (dejaba de ser "honrada") ya no podía quitarse esa mancha nunca a no ser que desapareciera emprendiendo una nueva vida en otra parte, y comenzar una vida en otro lugar, sola, sin dinero y posiblemente esperando un hijo muchas veces no tenía más que un lugar al que ir: la prostitución.

Cuando por el contrario a una chica se le "veían" maneras que denotaban no era "normal", porque le gustaban otras chicas... podía ir a la cárcel, puesto que se le aplicaba la Ley de Vagos y Maleantes. Y si iba a la cárcel... posiblemente allí fuera maltratada, vejada, humillada... y violada, no siempre por un hombre.

Nunca fui a la cárcel, ni por esa ni por otra razón, pero Lola sí.


06 septiembre 2006

LOLA

Llevo días con la convicción que no podré contar a Lola. No me refiero al momento de conocernos y a lo que sentí en ese mismo instante o a lo que sintió ella, si no describir lo que ha significado durante tantos años en mi vida. Hace ya un rato que no paro de dar vueltas en la cama y finalmente he decidido que aunque es tarde ya es tiempo de comenzar. A fin de cuentas no tengo que dar ninguna explicación a nadie porque hace demasiado tiempo que "ella" se fue.

Había encontrado un trabajo de dependienta en una tienda de ropa. Carmen debido a mi larga ausencia había tenido que buscarse otra acompañante y aunque me propuso recuperar mi antíguo empleo no quise puesto que en él ya había alguien. Trabajaba todo el día y por las noches estudiaba ya que me había propuesto no estar toda la vida de un lado a otro. Siempre me había gustado la enseñanza y hacia ella encaminé mis pasos creyendo que con la voluntad todo se conseguía. Qué equivocada estaba y lo supe en cuanto me dirijí a una academia: podía estudiar muchas cosas pero no Magisterio, no en clases nocturnas al menos, por lo que decidí puesto que no tenía otra salida que averigüar el modo de poder ir a clase. Mientras tanto y cuando llegaba a casa por la noche intentaba estudiar todo lo que me parecía podía hacerme falta más adelante.

A media mañana mi jefa solía salir a desayunar salvo en aquellos días en que no se encontraba del todo bien. El último hijo le había dejado dañado el hígado y en ocasiones tenía crisis. Entonces era yo quien se acercaba a la cafetería a traerle algo.

Hacía ya días que Rosa, mi jefa, no estaba bien, y la verdad es que empezaba a preocuparme su estado puesto que empezaba a notársele cierto desmejoramiento. En una de esas mañanas al entrar en la cafetería ví a una mujer sentada en una de las mesas. Fue como un mazazo. Dicen que los flechazos no existen pero yo me quedé hecha una tonta, parada y mirándola. En el momento en que yo entraba ella había bajado un poco el periódico que estaba leyendo, cogido la taza y al ir a beber me miró.

Describir a Lola es complicado para mí si intento ser imparcial porque siempre la consideré realmente preciosa. En aquel momento ví a alguien con el pelo oscuro, corto y algo rizado, de tez muy blanca y con una mirada... Supongo que alguien se reirá si digo que cuando sentí sus ojos en mí supe que quería hundirme en ellos. No sé por qué me sonrío suavemente y yo no supe si entraba o salía de aquel lugar. Cuando llegué al mostrador no recordaba qué me había pedido que le llevara Rosa. Al salir, queriendo aparentar seguridad y con la vista clavada enfrente de mí hubo un momento que no pude más y giré la cabeza hacia atrás: Lola estaba mirándome. De nuevo no supe hacia dónde caminaba y casi tropecé con alguien que en ese momento entraba. Cuando llegué a la tienda mi jefa notó que me pasaba algo y preguntó; salí del apuro como pude.

Al día siguiente cuando Rosa me pidió que fuera de nuevo a la cafetería casi dí un salto y salí tan apresuradamente que olvidé coger dinero y tuve que volver a toda prisa. Mi jefa me miró y sonrió abiertamente divertida por mi azoramiento y sin saber qué lo motivaba.

Cuando entré lo primero que hice fue mirar hacia la mesa. Allí estaba. Con el periódico a media altura y pendiente de la puerta. Ví que me sonreía y yo hice lo mismo. Así estuvimos un par de días más hasta que en uno de ellos Rosa me dijo que se sentía bien e iba ella a por su café. Creí morirme. Insistí en que si no se encontraba del todo repuesta iría yo, pero al parecer no la convencí. Me sentí la mujer más desgraciada del mundo.

Esa noche no me quitaba de la cabeza que le había "dado plantón", hasta que me dí cuenta de las tonterías que pasaban por mi mente. No la conocía, no sabía quién era y ya estaba cavilando que no había ido a una cita. Una cita de qué, con quién?. Me acosté tarde y cuando lo hice no pude dormir hasta bien entrada la madrugada.

A la mañana siguiente me desperté decidida a dejar de ser tan cría fantaseando. Cuando llegó Rosa le pregunté cómo se encontraba con el deseo que no estuviera del todo bien; sé que fuí ruín en aquel momento pero es lo que pensé con todas las fuerzas. A media mañana y como siempre marchó a tomar café.

27 agosto 2006

VUELTA A CASTELLÓN

Mi madre había ido recuperándose dentro de la gravedad de su dolencia que siempre deja secuelas. Mi padre había envejecido notablemente en todo ese tiempo y yo había terminado por habituarme a la situación. Por las tardes solía pasear por el campo; siempre me gustó el olor acre de los olivos y ese sabor amargo de las aceitunas recien brotadas.

Todo parecía haberse estabilizado en casa. Una tarde hablando con mi tía me dijo que era tiempo de irme; ya no podía hacer más y ellos se ocuparían de todo. En un primer momento me sentí ofendida porque parecía que había ido allí en un momento de necesidad familiar y que cumplido éste era tiempo de marcharse: usar y tirar. Mi tía, mujer sabia donde las hubiere se dió cuenta que estaba molesta y poco a poco fue aclarándome sus intenciones. Yo no era de allí aún siéndolo de corazón. Mi vida tenía que ser hecha en otra parte donde pudiera desencorsetarme de la opresión que suponía un pueblo pequeño como aquél. Me quedé mirándola mientras la escuchaba, y me dí cuenta que sabía que yo era "distinta", por eso estaba diciéndome que saliera de allí. Que viviera. Quise darle un abrazo pero no me atreví. Eso es algo que ha cambiado la modernidad: el no limitarse en las muestras de cariño que por aquella época eran prácticamente nulas.

Aún así pasaron varios meses en los que seguí dudando qué hacer hasta que un día, comiendo, mi padre levantó la vista, me miró y dijo: "hija, estamos bien".

Mes y medio después y asegurándome que lo dejaba todo en orden partí hacia Castellón de la Plana (así se llama aún entonces), única ciudad que conocía y en la que pensé podría desenvolverme. Iba sin trabajo, sin casa, sin amigos, pero no me importaba demasiado. Me preocupaba lo que dejaba atrás pero también sabía que tenía que empezar con mi propia vida. Quería una familia, alguien con quien conversar después de las cenas. No sabía dónde y cómo empezar pero sí tenía conocimiento de lo que buscaba y quería.

Lo primero que hice al llegar fue dirigirme a una pensión que conocía de antaño, muy cerca de donde vivía Carmen. Pensé que tenía que visitarla; ni siquiera la había avisado que iba. Era tal el cansacio de las interminables horas de tren que caí rendida en la cama. Cuando desperté era casi mediodía del día siguiente y tenía hambre. Pensé en Carmen pero no quería que sintiera la obligación de invitarme a comer así que me compré un bocadillo y busqué un parque. Recuerdo que sentada en un banco me dí cuenta que era feliz. A pesar de todo era feliz.

24 agosto 2006

EL PUEBLO

Hacía años que faltaba del pueblo pero aún recordaba la crudeza de sus inviernos. Aún así la memoria suele flaquear y cuando la realidad llega es siempre superior a lo que quedaba en la memoria. El frío empezó pronto, como ocurría siempre en zonas cercanas a las serranías, y la nieve hizo pronta aparición. Madre seguía mejorando pero muy poco a poco y estaba claro que nunca volvería a ser la mujer fuerte y recia que había sido. Mi padre envejecía a pasos agigantados, doblándosele la espalda cuando creía que nadie le miraba y haciéndose cansino el paso. Cierto es que llegué a pensar que mi sino era estar en aquel lugar para siempre pero nunca hay que perder la esperanza. Y no es que cuidar de mi madre me supusiese ningún esfuerzo, no era eso, pero sí me daba cuenta a veces que entre unas cosas y otras estaba dejando atrás mi juventud que ya no era tanta. De todos modos no me arrepiento de la decisión que tomé y lo volvería a hacer si pudiera.

La vida en el pueblo no era fácil pero tampoco demasiado complicada si se disponían de medios para vivir más o menos holgadamente. Mi padre disponía de algunas tierras, no muchas, y los jornaleros que contrataba hacían el resto. No era una posición demasiado holgada pero sí lo suficiente para vivir sin apreturas. Lo peor para mí al menos eran las noches, cuando ya terminados todos los quehaceres y pensaba en un futuro que no conseguía ver claro. Pero en el convento me habían enseñado que nada podemos hacer para cambiar nuestro destino, y eso era algo que tenía asumido.

Estando ya un tiempo en la casa paterna una de mis primas, la que más se aproximaba a mi edad y con quien siempre había tenido buen trato, me contó que la vergüenza de mis padres cuando mi salida de las monjas fue debida precisamente a eso. Quedé muy sorprendida pero no dije nada. Siempre había pensado que ese "deshonor" fue por lo sucedido con Ángela pero al parecer las monjas decidieron echar tierra sobre todo aquéllo y no dejar que trascendiera a un ambiente más público, por lo que nadie en el pueblo sabía nada. Me sentí aliviada al conocer eso.

17 agosto 2006

MI CASA

En casa todo parecía haberse anclado en el tiempo. El poco progreso que había en España no había llegado a los pueblos de Andalucía, al menos en el que yo me había criado no. En las casas seguían habiendo toscas puertas de madera que apenas podían moverse por su peso y grosor, puertas que en verano permanecían abiertas en un intento de aliviar el intenso y seco calor, cubriéndose las entradas de las viviendas con cortinillas hechas de tubos de colores similares a los macarrones. Al caer la tarde del estío y al igual que en los barrios de las capitales, las gentes salían a la calle "a la fresca" con sus sillas de madera y asiento de mimbre.

Recuerdo que me impactó ver de nuevo la cocina de carbón, habituada como estaba ya a las incipientes de gas. El pueblo era pequeño en su conjunto aunque poblado de gentes, cuyos niños correteaban sin peligro alguno llenándose de tierra y polvo por las calles sin asfaltar. No era frecuente que pasara ningún coche salvo los escasos con que contaban sus habitantes, que para ir a la ciudad tenían que hacerlo mayoritariamente en un destartalado autobús que se solía balancear peligrosamente en las curvas junto con las maletas de cartón o grandes pañuelos atados donde se metían las pertenencias desatadas. Recuerdo que mi madre tenía un enorme pañuelo azul oscuro de pequeños lunares azul blancos para esos menesteres.

En el pueblo había una pequeña carbonería donde íbamos a comprar la grulla para la cocina, el serrín para los animales y los hierros de los enormes macetones que solían adornar las entradas de las casas. En realidad era una especie de almacén donde podías encontrar casi cualquier cosa. El pan aún se solía hacer en casa. La leche era traída todas las mañanas en un motocarro y repartida entre los vecinos, salvo aquellos que tenían vacas. El mercado del pueblo era los miércoles viniendo de pueblos cercanos a vender sus productos.

12 agosto 2006

LLEGADA AL PUEBLO

La vida en Castellón era sencilla puesto que la ciudad era relativamente pequeña, y la mía en concreto se limitaba poco más que a cuidar de Carmen. No tenía vida social sobre todo al principio, aunque más adelante sí fuí conociendo algunas personas, sobre todo afines a la señora o que como yo "iban a recados" que se decía. No era propiamente una criada o al menos yo no me consideraba en esa condición, aunque sí es cierto que realizaba algunas de las tareas domésticas.

La casa en la que vivíamos era vieja, de altísimos techos y un frío intenso en invierno. Carmen a pesar de su alcurnia, que algún empaque aún le quedaba de los tiempos mozos, solía asomarse algunas tardes a la ventana que daba a la calle, sentándose en un enorme y pesado sillón, a escuchar la tertulia que tenían las vecinas. Creo que nunca tuvo el suficiente valor para salir a sentarse con ellas en la acera, pero sí le gustaba escucharlas; incluso a veces intervenía desde dentro de la casa en las charlas. Yo solía quedarme tras ella sentada en una silla, acostumbrada como estaba al silencio y recogimiento.

Un día llegó carta de casa. Sólo mis tíos sabían de mi paradero. Mi madre había sufrido lo que entonces se llamaba "un pasmo" y que ahora es una trombosis. Hablé con Carmen quien no me puso ninguna traba para que me fuera pidiéndome que la tuviera informara de todo cuanto pasara. Durante el camino de viaje a la casa paterna pensé en todo lo que había acontecido desde mi salida de allí a los 17 años. Ni siquiera sabía cómo me recibirían aunque conociendo el carácter de mi padre era difícil pensar que bien, pero tenía que volver, intentarlo al menos. Fueron muchas horas de tren, trasbordo incluído y muchísimo tiempo para pensar, para intentar adivinar.

Nadie me esperaba porque el contestar a mis tíos hubiera supuesto tres ó cuatros días de viaje de la carta, y casi llegaba yo antes. Tuve que pararme unos minutos en aquel desvencijado andén intentando no llorar; casi me ví corriendo por aquel lugar siendo pequeña. No había cambiado, todo seguía igual. En apenas dos pasos me encontré en el centro del pueblo. Se veía mi casa. Tuve miedo pero avancé hacia ella. Ese momento lo tengo tan vivo en la memoria que ahora mismo es como si de nuevo estuviera allí.

La puerta de madera estaba entornada. Como siempre también. Nadie cerraba las puertas, para qué hacerlo?. Todos se conocían desde siempre y nada malo podía pasar. Tuve que empujar fuerte acostumbrada como estaba ya a las más ligeras maderas de la ciudad. La maceta colgada de la pared, esa que siempre tenía que regar mi madre subiéndose a una silla porque no llegaba; el paragüero tan pesado que no había forma de moverlo con aquel enorme paraguas negro bajo el que cabían cuatro personas... y la vara sin la cual mi padre no salía nunca de casa. Casi escuché la voz de mi madre llamándome.

Seguí andando hacia el interior de la casa, muerta de miedo y con todos los recuerdos golpeándome. De la habitación de mis padres asomó la cara de mi tía, giró mirando hacia adentro y se apartó mientras yo seguía caminando hacia allí. La imagen de mi padre apareció casi ante mí e hizo que me parara. No era un hombre de gran envergadura pero sí de complexión fuerte, robusto y con un tremendo vozarrón que a veces parecía un trueno. Con esa voz me dijo: "qué haces aquí?.

A continuación se echó a llorar. Mi padre se echó a llorar. Dió dos zancadas y desapareció pasillo adelante mientras yo me quedaba parada sobrecogida. Sentí una mano que me agarraba del brazo y me empujaba hacia dentro de la habitación. La imagen de mi madre en la cama, con ese pelo que siempre había llevado recogido en un moño, suelto sobre la almohada, muy blanca y con los ojos cerrados. Mi tía la llamó varias veces por su nombre diciéndole: "mira quién ha venido a verte". Finalmente abrió los ojos, miró sin ver hasta que centró la mirada en mí; levantó un brazo y me eché sobre ella llorando.

Hasta mucho rato después y ya hablando con mis tíos no supe de la gravedad de lo ocurrido. Le había quedado paralizado más de medio cuerpo y había perdido el habla. No se podía hacer nada más que esperar. Hablé de llevarla al hospital pero estábamos a más de cien kms de él y no podría hacer ese viaje. No hay que olvidar que estamos hablando de un pueblo andaluz, y a mediados de los 60. Nada era fácil para nadie y mucho menos para los humildes.

Decidí que tenía que quedarme y puse una conferencia a Carmen. Tardaron más de una hora en dármela y cuando por fín hablé con ella me dijo que no me preocupara y que en cuanto le fuera posible iría a ver a mi madre. Lo cierto es que se portó muy bien.

Mi padre estuvo meses sin dirigirme la palabra pero no puso impedimento a que me quedara. Su gesto sólo se suavizaba cuando miraba a mi madre y no puedo asegurarlo pero alguna noche me pareció escucharle sollozar en la habitación que se habilitó al lado para él. Era un buen hombre, fruto de la época, las enseñanzas y sobre todo la rigidez de la iglesia católica. Posiblemente si hubiera vivido ahora sería alguien más tolerante que habría comprendido las cosas.