02 octubre 2006

MI AMOR POR ELLA

Describir mi amor por Lola es como coger el mar con las dos manos o abrazar al campo. Lo que sentía por ella parecía no tener final porque cada día se acrecentaba más. Dicen que la convivencia, por lo que tiene de rutina, suele ir matándolo todo o al menos aminorándolo. En nuestro caso y creo que puedo hablar por las dos no sucedía así. Era sentir el corazón en la garganta cuando escuchaba abrirse la puerta y simplemente había bajado a por el periódico, era morirme cuando estando en la cocina venía por detrás y me abrazaba, era subir al cielo y colgarme de una nube cuando me miraba como me miraba.

Se había dejado el pelo un poco más largo de lo que lo llevaba normalmente y estaba guapísima. Debido a la vida sedentaria las dos habíamos engordado un poco más, pero donde a mí me habían aumentado las caderas a ella le sentaba de volverse por la calle. Porque la miraban, vaya si la miraban, y eso a veces yo no lo llevaba demasiado bien; supongo que eran esas tonterías que todas tenemos alguna vez, pero que en ocasiones hacían que me pusiera de malhumor.

Ya dije en una ocasión que no iba a contar cómo era nuestra vida más íntima porque siempre he pensado que eso pertenece a la vida de las dos. Quizás por eso mismo nunca me han gustado los cotilleos en el trabajo sobre ese tema, pero es algo con lo que tienes que aprender a vivir porque no todo el mundo piensa igual. Pero sí haré mención de que hay un momento, un punto en la relación en que te das cuenta que se termina todo lo que sabías, y a tu compañera le pasa igual; y es entonces cuando se habla y se inician caminos juntas, aprendiendo, investigando y sobre todo riendo. Siempre he dicho que la risa, la alegría es lo que debe imperar en una relación. Y nosotras nos reímos mucho en aquella etapa que duró años de descubrir cosas, incluso algún que otro objeto, juntas. Supongo que todo eso ahora estará más avanzado, pero en aquel tiempo aparte de ser pecado siempre, era muy difícil encontrar un comercio apropiado salvo en las grandes ciudades, y desde luego impensable que una mujer entrara en un lugar de aquellos a comprar algo, por lo que tuvimos que recurrir a un modo de compra que la mayoría de las veces era un simple fraude: los anuncios por prensa.

En algunos periódicos aparecía una página con toscos dibujos sobre lo que la empresa en cuestión vendía. Sólo necesitabas para comprar un apartado de correos ya que el producto te lo mandaban allí contra reembolso si no querías recibirlo en tu casa, y naturalmente adquirías el consabido apartado. Entre esas ofertas había de todo: desde una especie de faja para problemas de espalda, cremas que rejuvenecían hasta convertirte en una niña, planchas que lo hacían todo solas con el mínimo esfuerzo, artilugios que solo con ver su dibujo provocaban la carcajada... y naturalmente objetos para un sexo aventurero. Y ahí es donde entramos nosotras aunque tengo que decir que más fue un juego que la realidad de querer probar con aquello; pero lo cierto es que finalmente sí hicimos uso de algunas de las cosas que compramos.

Había también otro tipo de propaganda que solía aparecer en el buzón, más dedicada al sexo sobre todo masculino pero que solía tener un pequeño apartado que daba la sensación de ser únicamente para viciosas, ya que no se concebía demasiado bien que las mujeres pudiesen tener esas apetencias.

Lola siempre había sido más reivindicativa que yo, y por ello un día llegó a casa diciendo que nos íbamos a apuntar a no sé qué feminista. No le hice demasiado caso la verdad, pero insistió (y solía ser muy insistente) hasta que consiguió aceptara. Un sábado por la mañana fuimos las dos, ella completamente entusiasmada porque una compañera del colegio le había estado contando cómo funcionaban en aquel lugar. Yo seguía teniendo mis reservas pero no era cuestión de discutir por darle el capricho. Creo haberlo dicho ya: yo era más prudente y menos impetuosa.

El caso es que acabamos teniendo un carnet donde decía que éramos socias de aquella organización. En aquellos años el comentario en la calle era que las feministas eran marimachos todas y que lo que en realidad necesitaban era un buen polvo y un montón de hijos. Esos comentarios, la mayoría de las ocasiones eran hechas por hombres, pero con el apoyo casi incondicional de las mujeres honradas y decentes de la época, que criaban a sus hijos de una forma y a sus hijas de otra. Porque no olvidemos que en aquel entonces quien en realidad educaba era la madre, y quien en definitiva marcaba las directrices de lo que esos niños serían más tarde. El padre ordenaba pero la madre era quien en realidad solía dirigir.

Durante aquellos años (me estoy refiriendo a 1966 hasta bien entrada la década de los 70) las chicas no podían, por poner un ejemplo, ir a trabajar con pantalones; se utilizaban de vez en cuando, en tiempos de ocio y sobre todo las más avanzadas, porque enseguida te colocaban alguna etiqueta que indicaba tu masculinidad. Las faldas empezaban a recortarse pero no demasiado. Las más jóvenes podían enseñar casi la rodilla, pero las que teníamos algo más de edad llevábamos el dobladillo hacia la mitad de ella. Para las señoras más maduras se pusieron de moda los estampados de flores predominando el color oscuro (generalmente negro) como fondo. Por último causaron furor los jerseys que al llevarse puestos se acoplaban al cuerpo y que escandalizaron a las madres mientras las adolescentes rellenaban sus sujetadores para aparentar más pecho. Recuerdo que Lola me regaló uno de aquellos niquis que sólo fui capaz de ponerme para estar en casa, con la consiguiente risa de mi mujer.

1 comentario:

  1. Hola. Necesito hablar contigo para un proyecto que estoy realizando.He leído tu blog y,si eres tan amable, me gustaría que contactaras conmigo en avideo2006@hotmail.com.
    Te espero. Un abrazo

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