12 agosto 2006

LLEGADA AL PUEBLO

La vida en Castellón era sencilla puesto que la ciudad era relativamente pequeña, y la mía en concreto se limitaba poco más que a cuidar de Carmen. No tenía vida social sobre todo al principio, aunque más adelante sí fuí conociendo algunas personas, sobre todo afines a la señora o que como yo "iban a recados" que se decía. No era propiamente una criada o al menos yo no me consideraba en esa condición, aunque sí es cierto que realizaba algunas de las tareas domésticas.

La casa en la que vivíamos era vieja, de altísimos techos y un frío intenso en invierno. Carmen a pesar de su alcurnia, que algún empaque aún le quedaba de los tiempos mozos, solía asomarse algunas tardes a la ventana que daba a la calle, sentándose en un enorme y pesado sillón, a escuchar la tertulia que tenían las vecinas. Creo que nunca tuvo el suficiente valor para salir a sentarse con ellas en la acera, pero sí le gustaba escucharlas; incluso a veces intervenía desde dentro de la casa en las charlas. Yo solía quedarme tras ella sentada en una silla, acostumbrada como estaba al silencio y recogimiento.

Un día llegó carta de casa. Sólo mis tíos sabían de mi paradero. Mi madre había sufrido lo que entonces se llamaba "un pasmo" y que ahora es una trombosis. Hablé con Carmen quien no me puso ninguna traba para que me fuera pidiéndome que la tuviera informara de todo cuanto pasara. Durante el camino de viaje a la casa paterna pensé en todo lo que había acontecido desde mi salida de allí a los 17 años. Ni siquiera sabía cómo me recibirían aunque conociendo el carácter de mi padre era difícil pensar que bien, pero tenía que volver, intentarlo al menos. Fueron muchas horas de tren, trasbordo incluído y muchísimo tiempo para pensar, para intentar adivinar.

Nadie me esperaba porque el contestar a mis tíos hubiera supuesto tres ó cuatros días de viaje de la carta, y casi llegaba yo antes. Tuve que pararme unos minutos en aquel desvencijado andén intentando no llorar; casi me ví corriendo por aquel lugar siendo pequeña. No había cambiado, todo seguía igual. En apenas dos pasos me encontré en el centro del pueblo. Se veía mi casa. Tuve miedo pero avancé hacia ella. Ese momento lo tengo tan vivo en la memoria que ahora mismo es como si de nuevo estuviera allí.

La puerta de madera estaba entornada. Como siempre también. Nadie cerraba las puertas, para qué hacerlo?. Todos se conocían desde siempre y nada malo podía pasar. Tuve que empujar fuerte acostumbrada como estaba ya a las más ligeras maderas de la ciudad. La maceta colgada de la pared, esa que siempre tenía que regar mi madre subiéndose a una silla porque no llegaba; el paragüero tan pesado que no había forma de moverlo con aquel enorme paraguas negro bajo el que cabían cuatro personas... y la vara sin la cual mi padre no salía nunca de casa. Casi escuché la voz de mi madre llamándome.

Seguí andando hacia el interior de la casa, muerta de miedo y con todos los recuerdos golpeándome. De la habitación de mis padres asomó la cara de mi tía, giró mirando hacia adentro y se apartó mientras yo seguía caminando hacia allí. La imagen de mi padre apareció casi ante mí e hizo que me parara. No era un hombre de gran envergadura pero sí de complexión fuerte, robusto y con un tremendo vozarrón que a veces parecía un trueno. Con esa voz me dijo: "qué haces aquí?.

A continuación se echó a llorar. Mi padre se echó a llorar. Dió dos zancadas y desapareció pasillo adelante mientras yo me quedaba parada sobrecogida. Sentí una mano que me agarraba del brazo y me empujaba hacia dentro de la habitación. La imagen de mi madre en la cama, con ese pelo que siempre había llevado recogido en un moño, suelto sobre la almohada, muy blanca y con los ojos cerrados. Mi tía la llamó varias veces por su nombre diciéndole: "mira quién ha venido a verte". Finalmente abrió los ojos, miró sin ver hasta que centró la mirada en mí; levantó un brazo y me eché sobre ella llorando.

Hasta mucho rato después y ya hablando con mis tíos no supe de la gravedad de lo ocurrido. Le había quedado paralizado más de medio cuerpo y había perdido el habla. No se podía hacer nada más que esperar. Hablé de llevarla al hospital pero estábamos a más de cien kms de él y no podría hacer ese viaje. No hay que olvidar que estamos hablando de un pueblo andaluz, y a mediados de los 60. Nada era fácil para nadie y mucho menos para los humildes.

Decidí que tenía que quedarme y puse una conferencia a Carmen. Tardaron más de una hora en dármela y cuando por fín hablé con ella me dijo que no me preocupara y que en cuanto le fuera posible iría a ver a mi madre. Lo cierto es que se portó muy bien.

Mi padre estuvo meses sin dirigirme la palabra pero no puso impedimento a que me quedara. Su gesto sólo se suavizaba cuando miraba a mi madre y no puedo asegurarlo pero alguna noche me pareció escucharle sollozar en la habitación que se habilitó al lado para él. Era un buen hombre, fruto de la época, las enseñanzas y sobre todo la rigidez de la iglesia católica. Posiblemente si hubiera vivido ahora sería alguien más tolerante que habría comprendido las cosas.

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