20 septiembre 2006

LA LLAVE

Hay un momento en cualquier relación que marca el principio de una vida en común. Lola y yo nos veíamos con toda la continuidad que era posible y parecía que nunca teníamos bastante.

Un fin de semana en el que habíamos hecho planes que ya eran habituales (salir de la ciudad y pasarlo en cualquier pueblo alejado donde hubiera algún pequeño hotelito, cosa nada sencilla porque en aquellos tiempos no existía la proliferación que hay actualmente, sin olvidar la peculiaridad de dos mujeres solas), me propuso cambiarlos. No era mucho el tiempo que teníamos porque yo trabajaba hasta el mediodía los sábados, pero no nos importaba porque lo único que queríamos era estar juntas.

Yo ya vivía en un piso de alquiler que conseguía mantener a duras penas con mi sueldo. Lola por el contrario sí disponía de piso propio y de una independencia tanto económica como personal envidiable para mí, y de dudosas habladurías para muchos. No estaba bien visto que una mujer viviera sola. Creo que no lo he dicho o al menos no lo recuerdo: Lola era maestra en un colegio de monjas sin hábito, o lo que es lo mismo: vestidas civilmente.

La propuesta que me hizo fue la de pasar ese fin de semana en su casa. Ya he mencionado en alguna ocasión que según para qué cosas Lola era muy avanzada para la época. Me quedé sin saber qué decir, llena de emoción por un lado pero con la sensación del cambio que aquello significaba. Para que se entienda perfectamente he de confesar que Lola y yo todavía no habíamos hecho el amor juntas. Sí nos habíamos besado, abrazado, acariciado, naturalmente que sí, incluso habíamos dormido en la misma cama... pero no habíamos hecho el amor. Muchas veces recordamos todo aquello y nos contamos mútuamente el por qué fue así; cada una tenía sus razones pero al final las dos supimos que no queríamos que nada se estropeara por una precipitación. Ella había tenido sus historias, yo menos pero también y lo que sentíamos la una por la otra era tan importante que quisimos hacerlo sin prisas, asegurando los sentimientos. Nos dimos tiempo para conocernos, para hablar, para mirarnos. Fue Lola, como muchas otras veces, quien tomó la iniciativa pero lo cierto es que las dos estábamos ya preparadas y sabíamos lo que queríamos: la una a la otra.

La mañana de ese sábado estuve muy nerviosa. Mil veces quise llamarla y decirle que no, que aún no, y mil veces también no hice nada y me quedé sonriendo. Estaba completamente enamorada de ella, de su forma de ser, de cómo me miraba, de cómo me ponía un poco de vino en la comida, de cómo hacía que me durmiera en cama extraña pasando su dedo por mis labios.

Cuando por fin llegó el mediodía toda yo era un manojo de nervios. Salí de la tienda, la cerré y la ví sonriendo al otro lado de la acera. Quise abrazarla... pero no podía. Entonces no se podía. Sin casi hablar fuimos juntas hacia su casa. Subió las escaleras delante de mí, guiándome y en cuanto cerró la puerta tras haber entrado yo, sin mediar palabra me besó. No era la primera vez ni sería la última, pero sí fue entonces cuando estuve completamente segura que sería mi mujer el resto de nuestras vidas.

Lo siento pero no voy a contar nada que pertenezca a nuestra intimidad, por pudor y por respeto a ella y a mí, pero sí quiero decir algo: no sé cómo se hace el amor ahora, pero aquella tarde Lola fue la mujer más delicada, dulce, amorosa, sublime. Fui en sus manos y con su cuerpo lo que ella quiso y jamás me había sentido tan deseada y tan amada. Posiblemente yo no estuve a su altura aunque siempre me dijo que sí, pero sé que nunca me había entregado a nadie como lo hice con ella. No encuentro otra forma de decirlo y quizás no sea muy correcta, pero durante aquel fin de semana fuimos dos mujeres en un solo cuerpo. Su forma de acariciar, sin prisas pero haciendo saltar todos mis resortes; esa manera de casi anunciarme cada uno de sus besos, haciendo que la deseara; ese quedarse quieta mirándome fijamente mientras sonreía y yo me sentía morir. Cuánto la extraño Dios mío, cuánto la extraño.

Salimos de casa el lunes por la mañana muy temprano después de llorar juntas porque teníamos que separarnos. Eramos dos mujeres adultas y nos sentíamos niñas desvalidas la una sin la otra. Quedamos en vernos al mediodía en casa. Ella llegaría antes que yo y haría algo para comer. Recuerdo que salí de la tienda y tuve que contenerme para no salir corriendo: quería llegar cuanto antes... porque me estaba esperando. El portal estaba con la puerta entornada (entonces nadie cerraba) y subí de dos en dos las escaleras de tal forma que cuando llegué arriba mi corazón se salía, no sé si por el esfuerzo o por lo que sentía. Llamé al timbre y casi enseguida apareció Lola. La puerta debió cerrarse sola porque nosotras ya estábamos besándonos. Siempre he sido la más "sensata" de las dos y la que pensaba en algunas cosas que la hacían reír a carcajadas: ya abrazándonos en la cama y en plena vorágine de ropas, cinturones y zapatos tuve "el valor" de decirle: "pon un despertador que trabajo esta tarde". Lola al escucharme decir aquello se quedó sobre la cama convulsionándose de risa pero enseguida se vino de nuevo hacia mí... yo insistí riéndome también... y ella puso el despertador. Naturalmente no comimos.

Esa noche me hizo el primer regalo: envuelto en un precioso papel negro con salpicado de rosas doradas (sé que es una tontería, pero aún lo conservo) había una llave. Era la de su casa aunque siempre dije que fue la de su amor. Con tantos años pasados desde que dejamos aquella casa todavía me emociono al recordarla, porque aún no siendo el principio de todo (el principio fue aquella cafetería donde nos vimos por primera vez), sí fue el comienzo de nuestra vida. Fuimos muy felices allí durante los meses siguientes, hasta que de nuevo Lola planteó que no podíamos seguir de aquella forma: yo pagando un alquiler y procurando que no me vieran entrar o salir de casa los vecinos; también estaba claro que teníamos que marchar de aquella ciudad que sin ser tan pequeña como un pueblo donde todos se conocen, tampoco era demasiado grande y era factible que algún conocido, de ella o mío, nos viera y terminara por preguntar. Me sentí como una apestada que estuviera haciendo algo mal, y se lo dije; Lola me miró muy seria y contestó que si yo quería seguíamos como hasta entonces. Era inviable esa solución y las dos lo sabíamos; queríamos, necesitábamos estar juntas y eso era lo más importante.

Durante mucho tiempo hablamos sobre el cómo hacerlo. Había que vender su casa para poder juntar algo de dinero. Dejar los trabajos. Hacer las maletas y buscar otro lugar donde poder comenzar juntas y sin nadie conocido... como primas. Eso era lo habitual: ser primas de segundo grado para que a nadie le llamara la atención el poco parecido existente. Conmigo no era tan difícil puesto que toda mi familia estaba en el sur y desde mi entrada en el convento el trato había sido escaso, salvo en la enfermedad de mi madre, pero Lola tenía a los suyos muy cerca y los echaría de menos. Nunca conocí a sus padres; ni siquiera pude ir cuando el cabeza de familia murió porque pensamos que no era aquel un buen momento para que me conocieran. Después lo fuimos dejando, y el que Lola fuera sola a ver a su madre se hizo una costumbre. Eso fue algo que siempre llevó muy mal, pero es la época que nos tocó vivir. Ya pasados los años y cuando las cosas fueron suavizándose ya no había nadie a quien contarle que querías a otra mujer.


6 comentarios:

  1. Es curioso que, a pesar de los años de diferencia, hay cosas que aún hoy día no han cambiado tanto. Soy de mediana edad (eg, que feo suena eso!!) y mi familia, excepto mi hermana mayor, no sabe nada de mi relación con mi pareja, ella es tan sólo una amiga con la que comparto piso, y es que mis padres son ya muy mayores y no creo que se hicieran a la idea, sobre todo teniendo en cuenta que vivo con ella tras divorciarme de un hombre que fue mi marido unos años y al que mis padres querían como a un hijo...
    Me tienes enganchada a tus letras, sigue por favor!!
    Un beso

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  2. Mi chica y yo te seguimos.
    Nos encanta tu forma tan especial de contar tu pasado.
    La primera vez que descubrimos tu blog, hara cosa así de una semana, nos enganchamos a las 12 de la noche y hasta que no terminamos de leer el último post no paramos.
    Nos encantó.
    Sigue escribiendo ¿vale?. Un abrazo.

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  3. Poco a poco vamos cambiando, pero... aun hay quien lleva por bandera los juicios -vengan de donde vengan- saltandose su propia felicidad, la de sus hijos, del projimo...

    Lo que es curioso... es que por mas vueltas que de la vida, la forma de amar, de sentir el amor en pareja, sigue con los mismos patrones, al menos en mi caso.

    Un beso levantino.

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  4. Sí, a pesar de lo que ha cambiado la vida en los últimos años hay cosas que aun cuesta aceptar por parte de la familia. A mi madre le costó (y le cuesta) aceptar mi homosexualidad y que tengo novia en vez de novio, pero es que a mi hermano mayor que tiene 35 años le cuesta más todavía. Pero ahora también es verdad que somos más valientes porque las leyes y la vida ha cambiado. Menos mal que todo ha cambiado. Yo espero que llegue el día en que dejemos de ser noticia, en que desaparezcan los sitios de ambiente porque sea de lo más normal del mundo besar a tu chica en cualquier bar, e incluso (a pesar de que esta opinión la gran mayoría de los homosexuales no la comparten conmigo) que desaparezca el día del orgullo gay. Entonces creo que habremos conseguido la integración y la normalización total en la sociedad. María

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  5. me encanta lo qe escribes, sobretodo esa historia d amor tan bonita :)

    oye, se puede hablar contigo por msn?

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  6. Saludos.. me encanta lo que escribes ;)

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