30 septiembre 2006

FAMILIA

A veces pienso que la vida nos va regalando cosas que muchas veces dejamos pasar o cogemos y con ello forjamos nuestro futuro sin tener demasiada conciencia de ello. Yo entonces aún no lo sabía pero con la llegada de aquel niño a mi vida el destino me hacía el mejor regalo, junto con Lola.

Se acercaban las navidades de 1968. Nuestra relación seguía en cierta medida estancada a pesar de los esfuerzos de Lola por hacerme comprender el por qué de su silencio durante tanto tiempo, pero yo entonces no tenía lo que suelen dar los años y el saber qué es en realidad importante. Aún así hablamos ella y yo de Miguel Angel, porque yo quería traerlo durante esas fechas. Quería que tuviera, quizás por primera vez, algo parecido a un hogar. No tuvimos demasiadas pegas para organizarlo todo ya que al figurar Lola como su hermana podía firmar el permiso.

Durante todo el camino el crío no dejó de mirarme como temiendo que a una palabra mía se le rompiera el sueño de salir de aquel lugar que a fin de cuentas era un internado y no su casa. Llegamos a la nuestra y lo primero que hicimos es mostrarle la habitación que le habíamos preparado. Recuerdo que cuando hablamos de ello yo planteé comprar lo justo puesto que no podíamos permitirnos muchas alegrías económicas, pero con la intención de ir acomodándole una habitación. Estaba clara mi idea y cuando Lola se dió cuenta de ello sonrió ampliamente asintiendo. Una sencilla cama con su mesilla y un armario es todo lo que Miguel Angel encontró a su llegada, pero la expresión de felicidad de aquel niño no la olvidaré nunca.

Creo que fueron los días más felices que había tenido hasta ese momento, y aseguro que fueron las navidades más radiantes que había tenido yo jamás. Lola sonreía por todo, y era fácil vernos a los tres tirados en la alfombra revolcados y riendo. No era lo normal en esa época pero nos dimos cuenta casi enseguida que si le dábamos los regalos para el día de reyes apenas le quedaría tiempo para disfrutarlos, supongo que nos adelantamos al tiempo actual, así que se los entregamos la mañana de navidad. La noche anterior habíamos ido a misa de gallo; Lola no comulgaba mucho con ninguna religión, yo tampoco pero pensamos que igual al niño le gustaría por la novedad. Cuando salimos de la iglesia yo le pregunté: "te ha gustado?". Su respuesta nos dejó emocionadas ya que dijo que en el internado iba todos los años pero que nunca había sido tan bonita como aquella. Lo cierto es que en ese momento se puso en medio de las dos y nos cogió las manos caminando de ese modo hacia casa. Sé que puede parecer una tontería pero aquel gesto, hecho por primera vez conmigo hizo que sintiera a aquel crío cosa mía ya, más mío aún que hasta entonces.

La mañana de navidad fue realmente de nervios. Nos habíamos acostado muy tarde y lo de los regalos era un secreto para el niño. Fuimos a despertarle y no estaba en su habitación. Nos asustamos pero casi enseguida escuchamos ruídos en la cocina. Salvo el fuego, que no se atrevió a encenderlo por si le reñíamos, había preparado la mesa con todo lo necesario para el desayuno. Era su manera de decirnos muchas cosas.

Se volvió loco con lo que le habíamos comprado. Un tren con sus vías, que iba con cuerda, un rompecabezas enorme ya que Lola sabía le gustaban mucho, tebeos y algo que en una ocasión le dijo a su "hermana" meses antes: un reloj. Cuando abrió la cajita que lo contenía saltó a continuación al cuello de Lola besándola y diciendo "gracias, gracias, gracias", después y casi sin soltarla me miró un instante y se me colgó a mí también. Estaba tan nervioso que no sabía ni ponérselo. Ahora mismo tengo a Miguel Angel a mi lado y me está diciendo "diles que aún lo conservo". Y es verdad, aún lo tiene.

Es increible lo rápidos que pasan los días cuando quieres que se ralenticen. Casi sin darnos cuenta se terminaron esas pequeñas vacaciones; nosotras teníamos que volver al trabajo y el niño al internado. Cuando lo llevamos fue todo el camino en silencio y pensativo; no estaba triste pero sí tenía algo en la mente. Ya era la hora de despedirnos y cuando se acercó a mí me volvió a mirar con aquella expresión; le dije "volveremos este sábado no, pero el que viene sí". Siguió mirándome y entonces supe lo que estaba preguntando. "En las próximas vacaciones que tengas encontrarás tu habitación". Se iluminó como una antorcha y la sonrisa se le salía de la cara. Ya en casa hablamos Lola y yo sobre lo listo que era el chaval porque esa "mirada-pregunta" no se la hizo a ella si no a mí, como sabiendo a quién se tenía que ganar. No sabía todavía que ya me tenía ganada de por vida.

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