22 julio 2006

MARIVÍ

Cuando conocí a Mariví las dos teníamos unos quince años. En realidad nos conocíamos desde siempre porque nuestros padres eran amigos de toda la vida pero hasta aquel verano no nos quedamos mirándonos.

Mis padres eran de origen humilde pero nunca supe por qué un buen día entablaron amistad con otro matrimonio de más alto nivel económico. Siempre he pensado que mi padre debió ir a trabajar para ellos, y por la forma de ser que tenía les cayó bien. Siempre caía bien a todo el mundo. Estos amigos tenían una hija y como solíamos juntarnos en verano en un gran caserón que esos señores tenían no teníamos más remedio que jugar juntas puesto que no había más niños cerca.

Pero aquel verano fue distinto. Mariví había crecido, yo también, y en un momento de juegos ni siquiera recuerdo cuál nuestras manos se rozaron y yo sentí un escalofrío. Ahora que lo estoy recordando sonrío porque el contacto físico como se comprenderá era constante, pero no sé qué pasó que nos quedamos mirándonos las dos. El resto de la tarde fue un huir los ojos una de la otra, nerviosas perdidas.

Después de cenar nuestros padres se sentaban en el porche, ellos fumando y ellas contando chismes. Nosotras nos alejamos un poco sin ningún tipo de peligro que nos acechara puesto que el chalet estaba cercado. Mariví se sentó apoyando su espalda en un árbol y yo hice lo mismo a su lado. Realmente no sé quién inició nada pero al poco rato estábamos cogidas de la mano. Ni nos movimos en un buen rato hasta que oímos la voz de mi madre que nos llamaba a dormir.

Por similitud de edades dormíamos en la misma habitación, aunque en dos camas juntas. Por primera vez yo al menos sentí vergüenza a la hora de ponerme el pijama y me volví de espaldas a mi amiga; no sé lo que hizo ella porque a todo correr me metí en mi cama. Las madres apagaron las luces y dejaron la puerta entornada. Nuevamente no recuerdo quién inició pero nos cogimos de la mano y así nos dormimos. El resto de las vacaciones apenas hablábamos, aunque íbamos juntas a todas partes (incluso si una de las dos había olvidado coger un lápiz), y cuando alguna hacía un comentario sobre un chico del pueblo la otra se ponía furiosa y el distanciamiento podía durar días.

El problema vino al terminar el verano porque aunque nuestros padres se veían de vez en cuando, nos dimos cuenta que no iba a ser tan a menudo como queríamos. Y empezamos a maquinar cómo escaparnos para poder estar juntas. No sabíamos muy bien qué nos pasaba y por lo tanto ni siquiera podíamos hablar de ello entre nosotras, siendo impensable preguntar a nadie; lo único que estaba claro es que necesitábamos estar juntas.

Y ahí empezó una especie de "noviazgo", con celos incluídos, en el que lo más importante es que nadie descubriera aquéllo que nos pasaba y que no entendíamos. Una de las sensaciones más fuertes que incluso aún me hacen zozobrar es el miedo que pasamos cada vez que nuestras manos se juntaban.

Ella fue mi primer beso, si es que se pudo considerar así. En una de las despedidas, muchos meses después de aquel "descubrimiento" común, y con nuestros padres hablando entre ellos, ella puso la mejilla, yo también, y de pronto nuestros labios se rozaron. Yo me puse a temblar e imagino que Mariví también. Ahora pienso que me hubiera gustado abrazarla pero ambas nos quedamos quietas, una delante de la otra y con los ojos mirando al suelo.

Luego supe que mi madre nos había visto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario