23 julio 2006

ENTRADA AL CONVENTO

Mi extraña por lo imposible relación con Mariví seguía entre roces de mano imperceptibles para todos, o al menos eso creíamos nosotras, pero como ya he dicho mi madre nos había visto. Habló con mi padre y supongo que decidieron separarnos porque los encuentros entre los amigos se hicieron más escasos y con ello la dificultad para vernos se dificultaron enormemente. Nunca supe si los padres de Mariví se enteraron de lo nuestro o no porque entonces el rigor hacia todo lo paterno era severo. Durante meses intentamos por todos los medios poder vernos y en alguna ocasión lo conseguimos, pero alguien debió volvernos a ver porque de pronto pareció que todo se desataba.Un día llegué a casa después de clase y me encontré a mi padre con el gesto más serio que de costumbre. Hicieron que entrara en mi habitación porque tenían algo que decirme. Yo no entendía nada porque desconocía que supieran lo de Mariví. Ahora que lo pienso es algo graciosa la situación porque en realidad no había pasado nada fuera de un par de besos siempre fugaces, pero entiendo perfectamente la preocupación de mis padres. Recuerdo que mi padre habló y habló mientras mi madre me miraba con una expresión que no le había visto nunca. Cuando salieron de la habitación lo único que retumbaba en mi cabeza es que querían meterme en el convento de las monjas, todos lo conocíamos por ese nombre: "el convento de las monjas".

Ese lugar estaba a las afueras, no muy lejos de mi casa aunque en aquellos momentos me pareció que me querían mandar al otro extremo del mundo. Mis padres eran religiosos, no en exceso pero sí creían en el cielo, en el infierno y en el pecado mortal; tenían una actitud reverencial ante cualquier sotana o hábito, y a veces mi padre acompañaba a mi madre a llevar algún regalo (supongo que comida o dinero) al convento, ya que apenas tenían medio de subsistencia más que la caridad de los vecinos. Eran monjas de clausura aunque tuvieron que romper más de una vez su encierro para salir a pedir caridad. Su pobreza era realmente de solemnidad.Por aquella época cuando alguna hija se descarriaba sin llegar al embarazo, era enviada allí y generalmente no volvía a salir. Nadie sabía a ciencia cierta qué podía pasar dentro de aquel lugar, pero lo cierto es que nadie salía de allí. En aquellos tiempos también el que una hija decidiera ser monja o cura era un honor para la familia, sobre todo si esta era humilde como la mía.

Ni siquiera lloré el día que me llevaron. Me sentía como si me estuvieran encerrando en la cárcel pero me dije a mí misma que nadie me vería llorar. Tenía 17 años y no había hecho nada malo; realmente no tenía conciencia de haberlo hecho porque tampoco entendía mi atracción hacia Mariví. Hasta muchos años después no supe que aquello tenía un nombre.Ya siendo mujer adulta y con más de 30 años supe que a Mariví la metieron en un colegio de señoritas, interna, que al poco se escapó de allí y que no la encontraron. Siempre he querido pensar que huyó buscando la libertad, aunque los rumores apuntaron a que había tenido un accidente. Esté donde esté siempre será mi primer beso robado.

Nada más entrar en el convento y en cuanto mis padres se hubieron marchado me hicieron desnudar, duchar, me rociaron con algo que olía a insecticida y me cortaron el pelo casi a machetazos. Creo que fue una suerte que no hubiera ningún espejo a la vista. Luego me dieron una especie de saco gris y algo que quería ser un cinturón. Con ese "uniforme" pasé los siguientes dos años largos.

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