02 agosto 2006

CASTELLÓN

La zona de Castellón si no la conoceis es digna de visitarse. No sabía muy bien dónde ir y en realidad me daba igual. No podía volver a casa de mis padres y fuera de allí y del convento no conocía a nadie. Habían sido muchos años enclaustrada.


El único dinero con que contaba era el que mis padres habían ido mandándome. Me lo encontré en la bolsa que me dieron al salir del hospital. Recuerdo que un par de días antes vino la superiora a verme; yo ya me encontraba bastante bien. Estuvo amable pero distante, como siempre, hasta que le comuniqué que no volvería al convento. Me miró de una forma... Simplemente se marchó. Luego, con los años, he llegado a pensar que posiblemente incluso fue un alivio que decidiera no volver. Era la vergüenza de todos.


El caso es que llegué a la ciudad de Castellón simplemente porque había un tren que iba hasta allí y yo podía pagar el billete. No hubo más razón que esa.


Busqué una pensión. La primera noche la pasé llorando. La segunda conté el dinero que me quedaba y me dí cuenta que tenía que hacer algo porque se iba muy deprisa. Al día siguiente recorrí la ciudad en busca de algún trabajo, pero en realidad no sabía hacer nada salvo rezar. Ya siendo hora de retirarse pasé por delante de una iglesia y aunque mi fe no era muy boyante en esos momentos sí necesitaba hablar con alguien, así que entré. Nada más arrodillarme en uno de los bancos me eché a llorar. Al poco escuché la voz de una mujer muy cerca, me volví y ví que me hablaba a mí. Supongo que la soledad que sentía era tanta y la mirada de aquella señora tan serena que hizo que al rato estuviéramos sentadas las dos como si nos conociéramos de toda la vida.


La señora Carmen era una mujer muy mayor ya, y una de las personas más buenas que me he encontrado en la vida. Viuda de un militar tenía una casa no muy grande pero sí con varias habitaciones. Dicen que las casualidades no existen pero a lo largo de mi vida he dudado mucho de esa aseveración; el caso es que la asistenta que tenía en casa de toda la vida era tan mayor como ella y siempre andaba quejándose del mucho trabajo que había por hacer. Me ofreció casa, comida y un pequeño sueldo porque no podía pagarme mucho, como criada. Ví el cielo abierto y de verdad que lo ví.


Estuve unos años en lo que para mí siempre fue mi hogar. Cuando la señora murió unos años después que la asistenta de toda la vida yo ya conocía a la mujer que más he querido en mi vida aunque aún no lo sabía.

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