01 agosto 2006

EL FINAL

Después de aquel castigo las cosas no mejoraron. Se habían llevado a Angela y la vida en el convento se endureció conmigo, pero no me importaba demasiado; estaba decidida a buscar la forma de salir de allí.


A los dos meses me mandó llamar la madre superiora. Llegaba el momento de hacer mis votos perpétuos. La de comunicar la fecha era una simple formalidad hacia la novicia puesto que ella no solía tener nada que ver ni qué decir al respecto. La escuché intentando que mis pensamientos no se dispersaran entre el pánico por la inminencia de lo que se me anunciaba y el no saber todavía qué hacer. Cuando la monja terminó hizo un gesto para que me retirara pero seguí parada delante de la mesa, sin levantar la vista. Me inquirió con dureza para que me marchara y entonces alcé los ojos. "No quiero hacer los votos".


Aún recuerdo cómo en dos zancadas rodeó su mesa y se plantó delante de mí. Creí que mi cabeza iba a salir volando ante la tremenda bofetada. Cuando conseguí parar el mareo volví a decir "no quiero hacer los votos". Caí al suelo por la brutalidad del golpe.


No sé cuánto tiempo me tuvieron encerrada porque llegó un momento en que perdí la noción del tiempo. Mi debilidad era extrema. Todavía tenía heridas abiertas por el fragelo, me daban una comida muy frugal al día y tuve la regla estando allí por lo que supongo fue más de un mes. Pasaba la mayor parte de día sentada en una esquina de aquella celda, esperando que de un momento a otro alguien entrara a golpearme; no sé por qué pero siempre tuve ese pensamiento. Sólo una vez recibí la "visita" de la madre superiora preguntándome si había cambiado de opinión, cuando le dije con una voz que me sonó extraña que no, se marchó sin más pero noté la reducción en el plato de comida.


Cuando vinieron a sacarme tuvieron que hacerlo entre dos madres porque yo apenas podía sujetarme en pie. Me llevaron directamente al despacho de la superiora; el único comentario que hicieron por el camino fue lo mal que olía.


Sujetada por las axilas por las dos monjas se me volvió a preguntar si había rectificado el negarme a hacer los votos. No podía ni contestar así que moví la cabeza repetidamente negando. En ese momento me soltaron y caí al suelo.


Cuando desperté estaba en un hospital. Según supe después en el convento se habían asustado al ver que no recobraba el conocimiento, llamaron a una ambulancia y alegaron que yo me había declarado en huelga de hambre y que no habían conseguido que comiera nada.


Tres semanas después me dieron el alta, y salí a la calle dispuesta a no volver nunca más al convento y sin ningún lugar adonde ir. Era la vergüenza de mis padres según una carta que me habían enviado estando convaleciente y no querían verme por casa. Sólo llevaba una pequeña bolsa con todo lo que tenía cuando ingresé; miré el dinero. Busqué la estación de tren y pregunté por los precios sin importarme demasiado dónde iban, compré un billete y tomé rumbo hacia el Levante dispuesta a comenzar mi vida.

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