31 julio 2006

EL CASTIGO

Sé que es ya muy entrada la madrugada pero no podía dormir. Llevo toda la tarde con aquel castigo que supongo nos infringieron a las dos en la mente, sin poder apartarlo. Hay una imagen que suele salir en televisión, ni sé las fechas ni a qué lugar pertenece. Creo que se llaman los "empalaos". Si me estoy equivocando, perdón por el error. Vi a esos hombres sólo una vez, luego cuando cada año vuelven a salir sus imágenes cambio de canal o sencillamente apago el televisor. No puedo verlos.

Creo que suelen salir en Semana Santa. Se dan latigazos con una túnica puesta aunque no estoy muy segura, hay alguien que va con ellos y que cada cierto tiempo les pincha las bolsas de sangre que se hacen en la espalda, porque si no se congestionarían y podrían morir. Eso mismo es lo que me hacía la madre que permanecía impasible en la media hora de flagelo. De vez en cuando me ordenaba parar y con una aguja, imagino que de coser, me iba pinchando, reventando las ampollas de sangre. El cuidado, la higiene, eran completamente nulas por lo que aún hoy cuando lo pienso no sé cómo no cogí una enorme infección. El castigo duró un mes, todo un mes, y hacia el final de ese periodo el dolor era tan intenso que todavía siento escalofríos al recordarlo.

A los pocos días apenas podía ponerme el hábito sin soltar un grito de dolor. Es increíble pensar que las madres, esposas de Dios y misericordiosas con el prójimo fueran capaces de administrar aquel castigo, y sobre todo realizar algunas de las prácticas que al mismo tiempo tuve que sufrir. Contaré sólo una de ellas, porque si no me saco todo esto de muy adentro seguirá siendo parte de mi vida.

Es fácil comprender que a algo más de una semana del comienzo de los latigazos el dolor era contínuo e intenso puesto que mi espalda estaba casi completamente descarnada. El roce del hábito no era precisamente lo más apropiado, pero no se me dejaba aliviar con ningún tipo de vendaje ya que a los ojos de toda la congregación yo estaba expiando un pecado gravísimo. Pero lo que quizás no he podido perdonarles todavía a pesar de los muchísimos años transcurridos es el que para incrementar el castigo de vez en cuando alguna madre me daba un golpe con la mano en la espalda con lo que sentía que el hábito se me incrustaba, aparte de que las heridas se volvían a abrir con toda su crudeza. Siempre he pensado que aquellos gestos eran puro sadismo por lo innecesarios. Al parecer no les parecían bastante castigo los latigazos.

A las tres semanas le rogué a la madre que tenía que "acompañarme" en el fragelo que intercediera por mí a la superiora, que había aprendido la lección, que estaba arrepentida. Ya no podía más. Terminé llorando y de rodillas delante de ella. Me miró todo el tiempo y me alargó aquel pequeño látigo sin decir ni una sola palabra. Cuando me dí el primer latigazo estaba tan llena de desesperación y rabia que supe que saldría de allí. No volví a quejarme y mucho menos a suplicar. Creo que se dieron cuenta que algo había cambiado en mí cuando al salir del dormitorio, una de las monjas alzó la mano para dejarla caer sobre mi espalda, y al ver el gesto me volví y me quedé frente a ella mirándola sin titubear. Cuando me dió la bofetada seguí mirándola, volvió a levantar la mano y no sé si su Dios o el mío hizo que no la bajara.

Nunca he podido olvidar aquel dolor. Todavía tengo marcas, por fuera y por dentro.

30 julio 2006

PILLADAS

Faltaban unos meses para que tuviera que hacer los votos, los cuales me convertirían en "madre" o lo que es lo mismo, monja de por vida y no estaba dispuesta a que eso fuera así pero no encontraba el modo de salir de allí. Estaba aún, o al menos eso creía yo, bajo la tutela paterna y no podía decidir por mí misma. Angela (casi un año menor) y yo empezamos a maquinar cómo y cuándo sería nuestra salida.


Generalmente cuando estábamos juntas cada noche no solíamos dormir, o si alguna lo hacía la otra se quedaba en cierto modo de vigilia puesto que Angela tenía que volver a su dormitorio. Pero una noche nos dormimos. Y fue el principio del fin.


Sentí que me zarandeaban y sentí los golpes. No sabía qué pasaba y pensé que no había escuchado la campana de los rezos, pero quien se cebaba conmigo parecía estar realmente furiosa. Conseguí ver a la madre superiora que era quien me pegaba. Escuché un grito y eché una ojeada rápida hacia el otro lado mientras trataba de parar aquella secuencia de puñetazos. Vi a Angela intentando también cubrirse mientras otra de las madres la golpeaba. Pensé que efectivamente nos habíamos dormido las dos y que no habíamos oído la campana, por eso entraron a "despertarme".


Tuvimos que vestirnos delante de casi toda la congregación que a los gritos y voces se habían agolpado en la puerta. La mirada de la madre Elvira, la superiora era de ira divina y por un momento pensé, casi con alegría, que nos echarían de allí. Me encerraron en el dormitorio y se llevaron a Angela; me llené de rabia pensando que la iban a seguir golpeando sin importarme si lo hacían luego conmigo. No sé el tiempo que pasó pero fue mucho hasta que vinieron a buscarme. Custodiada por dos de las madres y seguidas por el resto me introdujeron en el despacho de la superiora. Estaba ella sola.


Me habló del enorme pecado contra Dios que había cometido y de que nunca tendría paz. De la vergüenza infringida al propio convento y a cada una de las madres a quien algún día debería pedir perdón una a una. Del deshonor a mi familia que nunca más podría mirar con dignidad a nadie. Yo era ya una mujer de 25 años, pero desde los 17 estaba en aquel lugar, y lo que la madre decía iba hundiéndome en el remordimiento del mal hecho a todo el mundo. No me atrevía siquiera a levantar la vista del suelo. Y entonces la superiora dijo algo que hizo que la mirara. Yo debía sufrir un severo castigo por mi maldad, un castigo que el propio Señor había dictado contra quienes van contra sus leyes. Pensé que hablaba de encerrarme -no era la primera vez- en aquella celda de castigo, pero no, no se refería a eso, hablaba de otra cosa pero no conseguía saber qué. Al ver que la miraba paró de hablar y su rostro se llenó de furia; bajé de nuevo la vista.


Durante todo un mes... todo un mes... tuve que golpear mi espalda desnuda con un pequeño látigo en cuyas puntas había enraizadas pequeñas ramitas de los rosales del huerto. Siempre había mirado aquellos rosales preguntándome qué sentido tenían allí, cuando el resto eran plantas comestibles; en cualquier otro lugar hubieran sido un adorno, pero las monjas no solían ornamentar nada. Por fín había descubierto para qué se salvaguardaban. El castigo de ese fragelo debía durar media hora, y durante el mismo era observada por una de las madres que comprobaba el daño, supongo que para comunicarlo posteriormente a la madre superiora.


No volví a ver a Angela, que fue trasladada a otro convento. Cuando nos encontramos, ya en la calle, todo parecía haber cambiado tanto que casi fuimos dos extrañas.

29 julio 2006

EL CONVENTO

Desde que comencé este blog sabía y de hecho me lo propuse, que tendría que describir el convento, y no porque merezca la pena hacerlo si no porque es un fantasma que me ha perseguido siempre y dicen que los fantasmas se desvanecen con la luz.

Aquel lugar marcó una etapa larga de mi vida, una etapa que siempre estuvo ahí, incluso muchos años después de conseguir salir. Todavía a veces me despierto creyendo que veo aquellas paredes, aquella desvencijada cama que ni siquiera lo era pero donde fui increiblemente feliz.

No era un espacio grande. Casona de muros de piedra estaba compuesto por un comedor no demasiado grande pero cuya cocina sí lo era, demostrando con ello que en algún tiempo atrás fue habitado por mucha gente a la vez. Antes de mi entrada allí siempre había oído decir que había pertenecido a un señor noble de la zona que lo donó a las monjas cuando se hija se hizo religiosa, pero nunca supe si era una leyenda inventada o algo real. Al salir del comedor había un pequeño tramo de pasillo, quebrado en su final y que continuaba hacia los dormitorios, cuyas puertas estaban situadas a ambos lados siendo la del final y ya de frente la de la madre superiora.

Volviendo a la salida del comedor y en dirección contraria al pasillo había otro pequeño tramo con una puerta grande, de madera pero ensamblada con algunos hierros cruzados que sirviendo de adorno le daban una apariencia muy recia. Todas las puertas del convento eran de color marrón muy oscuro supongo que en parte adquirido por el paso del tiempo. La madre superiora y la madre María eran las únicas que tenían llaves de todos los aposentos del convento.

La capilla era un lugar de recogimiento y rezo, exclusivo de las madres, puesto que no estaba abierta al público. El convento era de rigurosa clausura, salvo cuando en ocasiones extremas había que salir a los pueblos cercanos a pedir algún alimento o caridad, pero salvo en esos excepcionales días en que incluso hacía falta la licencia del obispo, el resto del tiempo permanecíamos entre aquellas paredes.

Detrás del altar la imagen de Cristo crucificado, a la derecha San Pablo (santo que nunca fue de mi devoción por su trayectoria personal) y en el otro lado la Inmaculada. Los bancos eran de madera, también marrón oscuro, y sin ningún detalle ornamental, colocados en dos filas a derecha e izquierda. Nada más entrar en la capilla, a la izquierda, un único confesionario muy recargado en su confección que desentonaba completamente con la sobriedad de los bancos de rezo; posiblemente había sido colocado allí a falta de uno o donado por alguien que quiso "engalanarlo" demasiado.

Saliendo de la capilla a la derecha lo que llamábamos "el salón" que era una amplísima sala donde pasábamos horas de charla que por cierto eran muy escasas porque según palabras de la madre superiora eso era dar pie al diablo: la holgazanería, por lo que siempre había algo que hacer... aunque fuera inventado. En ese salón simplemente unas sillas incómodas de madera y tres caballetes con una tabla encima que hacía las veces de mesa.

A la izquierda de la salida de la capilla se iba al jardín, un bastante extenso de terreno donde la madre Josefa seguida generalmente de las más jóvenes (Angela y yo entre ellas) tratábamos de conseguir que el huerto diera frutos de los que comíamos, y incluso alguna vez conseguíamos excedente para poder vender a los escasos vecinos que visitaban el convento, generalmente padre y familia de quienes allí estábamos.

Encima de lo que era el edificio en sí había una diminuta torreta en la que parecía caber escasamente una persona no muy alta, y que nunca supe para qué servía, porque la única vez que lo pregunté me soltaron una bofetada, con lo que aprendí que no debía preguntar nada.

Y por último... el baño. Siempre desde que salí mi obsesión han sido los baños, buscando que fueran grandes, espaciosos, con una inmensa bañera donde olvidarme de todo. Esa obsesión se comprende a partir de que describa cómo eran los servicios del convento.

Al salir hacia el jardín, ya en él, había una pequeña caseta a la derecha que parecía una de esas antíguas de playa que se ven en fotos antíguas, solo que sin punta en su parte alta, si no una especia de caja de cerillas larga. Entrando en aquel reducido espacio sólo se veía una tabla a modo de asiento con un agujero en medio: era el wáter. Cuando terminabas de hacer tus necesidades, salías de nuevo al jardín donde había una pequeña fuente de mango al que había que darle arriba y abajo para sacar agua; volvías con el cubo lleno y lo tirabas por el agujero.

En cuanto al baño en sí: en uno de los rincones más "privados" del huerto se había colocado una gran cortina de lona que impedía la visión de lo que pasaba en el otro lado. Simplemente había que correrla/descorrerla por la cuerda para tener un poco de intimidad. Detrás de esa lona, una gran palangana (enorme) de hierro de algo más de medio metro de altura y que había que pintar y limpiar constantemente para que no se oxidara. Era nuestra "bañera". Para ese momento tan personal siempre se necesitaba la ayuda de otra monja que era quien se ocupaba de calentar el agua en grandes ollas color granate y de llevarlas hasta allí, por lo que la intimidad era relativamente escasa. En verano el agua era fría, pero también necesitabas a alguien que te la trajera de la fuente, así que la diferencia era poca.

Quizás uno de los recuerdos más fuertes que han sobrevivido a todo aquéllo es el pan negro. La harina que llevaba no era limpia como la de ahora, y siempre estaba duro, pero no había otra cosa, aunque he de reconocer que al poco las cosas mejoraron en ese sentido y el pan al menos se fue pareciendo al de ahora, aunque su forma era mucho más tosca.

El convento era pobre de solemnidad y apenas producía (en el huerto y en los pocos animales que teníamos) para la propia subsistencia. Los donativos eran muy escasos porque la gente apenas tenía para vivir. Hablo de los años 50-60, siendo especialmente duros la década de los 50 en sus principios que fue cuando entré en el convento.

28 julio 2006

UN DIA CUALQUIERA

La relación seguía hacia adelante aunque yo me pasaba la mayor parte del día asustada pensando que nos pillarían. Apenas me atrevía a mirar a Angela y cuando lo hacía siempre la encontraba sonriendo, me mirase o no; cuando levantaba la mirada se le veía un destello que sólo yo le conocía. Así estuvimos tres años. Ni una sola noche dejó de venir a mi habitación, aunque muchas de ellas se limitaba a abrazarme. Le gustaba colocarse a mi espalda; decía que así éramos una en vez de dos, y a mí me gustaba escucharla susurrar. Olía al jabón que nos daban para lavarnos que debía llevar algún insecticida, pero no me importaba. Era el único contacto real dentro de ese mundo loco y absurdo lleno de rezos que nos rodeaba.

Una noche tardó en llegar y cuando por fín lo hizo estaba de malhumor. No había podido salir de su habitación porque una de las madres había estado paseando todo el tiempo por el pasillo. Intenté calmarla diciéndole que ya estábamos juntas, y en ese intento la besé. No sé qué le pasó pero me asustó su reacción. Parecía llena de ira, de rabia contenida que le salía toda entera. Comenzó a besarme con furia y casi me rompe el camisón queriendo quitármelo. Tuve que ponerme sobre ella para poder dominarla y que se calmara. Estábamos a oscuras y no podía ver sus ojos por lo que en cuanto conseguí que se quedara quieta busqué sobre la mesita de noche la vela que siempre estaba allí y que rara vez había encendido. Entonces la miré. Estaba llorando. Quise volver a mi lado de la cama pero me abrazó mientras decía con apenas un hilo de voz "no te vayas".

Nunca hablamos de lo que le había pasado esa noche. Si alguna vez hice mención a ello siempre me besaba. Pero esa noche me hizo el amor como nunca lo había hecho. La magia, el deseo, la pasión, la dulzura, el encanto que existió en aquel habitáculo es irrepetible, y de hecho jamás volví a sentirme así. Cuando sonó la campana para ir a la capilla estábamos abrazadas, despiertas y mirándonos. Sólo el miedo a que nos pillaran, impidiéndonos seguir juntas, hizo que pudiéramos separarnos.

27 julio 2006

LA PRIMERA

Durante algo más de tres años y he de reconocer que siempre era Angela quien tomaba la iniciativa de vernos por la noche (yo por aquel entonces era muy miedosa) nadie supo lo que pasaba entre nosotras. Nos pillaron, claro que sí, pero tardaron y eso hizo que yo cada vez estuviera más enamorada de ella.

Después de aquel primer beso y de esa noche en la que no pasó nada, llegó la siguiente. Yo estaba muy nerviosa esperando que dieran orden de apagar las luces. Estaba en la cama con aquel áspero camisón y la sábana hasta el cuello. Sentía mi cuerpo, tenía no recuerdo si ya cumplidos o no los 25 años y todo lo que sabía era que una novicia me abrazaba por las noches. Todavía hacía algo de frío aunque el calor durante el día ya se dejaba notar, pero había apartado a un lado la manta. Me bastaba con Angela. Aquella noche yo estaba más inquieta que de costumbre y no sabía por qué.

Finalmente se hizo el silencio y apagué la luz. Escuché cómo todos los ruídos del convento se acallaban. Nunca la oía llegar, no sé cómo lo hacía pero siempre sabía que estaba cuando ya casi la notaba conmigo. Sentí sus manos sobre mi cuerpo y cerré los ojos. Me volví, quería verla, quería encender la luz pero sabía que si lo hacía lo echaría todo a perder porque podían vernos. Nos besamos sin decir nada. La escuché con aquel susurro que conocía tan bien decirme que me quitara el camisón, le hice caso temblando toda entera.

No voy a contar lo que pasó aquella primera vez porque eso ya pertenece a Angela y a mí, pero esa noche supe con certeza que siempre amaría a una mujer. Desapareció la aridez con que se comportaba durante el día, esa brusquedad de que hacía gala constantemente y apareció una dulzura que rozaba lo sublime. Luego, años más tarde y ya con más experiencia comprendí que no era su primera vez, pero lo pareció por la exquisitez con que me trató. Sé lo que es el sexo y que los más jóvenes ahora lo practican sin mayor problema, pero entonces era pecado y sucio y yo estaba encerrada en aquel convento porque los adultos habían pensado y creído que yo era sucia. Angela me enseñó que el sexo es amor y que no tiene nada de oscuro, al contrario, me mostró toda su belleza.

Durante tres años quise quedarme en aquel lugar sólo para poder estar con Angela, ella era todo mi mundo y la razón por la que yo ansiaba que llegara la noche. Fui tan feliz que lo hubiera gritado. Ella brillaba cuando me lanzaba una de sus miradas fugaces y yo quería abrazarla a todas horas. Pero se acercaba el momento en que yo debía hacer los votos y traspasar la frontera de novicia a monja... y no podía dejar que ese hecho sucediera. Una noche después de estar juntas, lo hablamos. Angela dijo que teníamos que salir de allí como fuera porque si yo finalmente era atrapada y me convertían en "madre" sería el final de nuestra esperanza. Como siempre fue ella quien supo lo que había que hacer, y cuando me lo contó nos reímos juntas porque era algo tan sencillo y obvio que ni habíamos reparado en ello. A mí me faltaba menos de un año para cumplir los 26 y con esa edad ya era mayor de edad en todos los sentidos y dejaba de estar bajo cualquier tutela incluída la de mi padre. Lo que es el cinismo de la propia vida: cuando por fín conseguí salir a la vida y a la calle me enteré que esa norma civil había sido rebajada hacía años y se había establecido en 23 para todas las mujeres. Pero yo no lo sabía y Angela tampoco porque allí dentro estábamos completamente fuera del mundo. Así que todo lo que teníamos que hacer era alargar los votos hasta después de cumplir los 26, y para eso faltaban varios meses todavía.

26 julio 2006

ANGELA

Una noche en que estaba profundamente dormida desperté sobresaltada. Escuché la voz de Angela "soy yo", intenté volverme (la tenía a mi espalda) pero volví a escucharla "sólo quiero abrazarte". Me quedé completamente quieta dejando que se acomodara tras de mí.


He pensado mucho en si contar o no este tramo de mi vida y finalmente he decidido que sin él posiblemente nada de lo sucedido después tendría sentido. Cierto es que me da bastante pudor porque es algo que sólo quien fue mi compañera posterior escuchó nunca, pero creo que Angela esté donde esté merece que lo cuente. Que nadie espere ningún tipo de morbo porque no lo habrá.


La sentí moverse hasta que finalmente quedó quieta. Sus brazos me rodearon y noté su respiración en mi nuca. Estaba algo agitada supongo que por la tensión de llegar hasta mi habitación. Si nos pillaban de aquella forma no tenía ni idea de qué podía pasar pero realmente en aquellos momentos no me importaba demasiada. Desde hacía más de cuatro años nadie me abrazaba y casi había olvidado aquella sensación.


Finalmente me dormí y casi al instante la campana que ordenaba levantarse me despertó. Angela no estaba. Me quedé algo aturdida pensando que quizás había tenido un sueño. Fuimos a los rezos mientras yo intentaba mirarla pero iba justo detrás de mí en la hilera y no podía volver la cara. Hasta el desayuno no pude dirigirle una mirada. Supe que no había sido un sueño. Sus ojos e imagino que los míos también brillaban de una forma...


Esa noche y todas las que siguieron durante meses Angela vino a hurtadillas y me abrazó. Nunca consintió que me diera la vuelta, pero a mí me bastaba con saber que estaba ahí, con sentirla. No sabía que me estaba enamorando de ella.


Al cabo de unos meses y en una noche que no sé si había luna, estrellas o qué pude besarla. Me hizo sentir la mujer más deseada y amada del mundo.

25 julio 2006

A HURTADILLAS

Los ojos de Angela son los más profundos que he visto en mi vida, de un color gris oscuro pero lleno de tanta vida interior que incluso a veces daba miedo mirarla directamente. Entre castigo y castigo nos fuimos acercando la una a la otra, en realidad no teníamos a nadie más a quien aproximarnos. Comenzamos a hablar a hurtadillas, pequeñas palabras sueltas porque hasta eso nos estaba prohibido.

Dormíamos en habitaciones contíguas aunque lo de llamar "habitación" a aquel reducido espacio era un eufemismo. Sin que ello sea una concesión a nadie quiero explicar cómo era mi dormitorio porque es una imagen que me ha perseguido siempre, y en cuanto he tenido oportunidad de poder decidir dónde dormir he buscado todo lo contrario de aquéllo.

Era un habitáculo de algo más de tres pasos de zancada, rectangular y con una pesada puerta de madera como entrada. En su interior poco que contar: un camastro cuyo colchón (también por llamarlo de alguna manera) de borra era tan fino que había que poner periódicos viejos entre él y el somier para no clavarse los alambres. Al lado una mesita con único cajón cuyas pertenencias allí guardadas eran un rosario que me dieron nada más entrar y un breviario de tapas marrón oscuro que había sido usado antes de tenerlo yo. Nada más. Una ventana con contrapuertas toscamente hechas de madera daban a un muro tras el cual nunca supe qué había. La puerta, una vez todas recogidas, se mantenía cerrada como muestra de recato e intimidad por lo que el verano en aquella habitación era realmente espantoso.

Con la dificultad que entrañaba que nos pillaran hablando Angela y yo fuimos encontrando la forma de hablar algo más que una palabra. Tardó mucho tiempo en contarme el motivo por el que también había sido castigada a pasar el resto de su vida en aquel convento; yo también fui muy reservada al principio aunque para hacer honor a la verdad todavía no entendía muy bien lo que había sentido.

Angela recibió por fin el hábito blanco que la declaraba de forma oficial novicia de la congregación. Ya habían pasado dos años desde que estaba allí y cuatro desde que la puerta se había cerrado conmigo. Nuestra complicidad era tal que llegaron a castigarnos a las dos porque nos miramos en medio de una comida y nos echamos a reir, pero creo que ya no nos importaba demasiado. Nos sentía

24 julio 2006

1956

Habían pasado ya dos años desde mi entrada en aquel convento y eran muchas las bofetadas recibidas, no porque yo fuera respondona o desobediente si no porque a veces mi criterio no era el de la monja encargada de mi tutela. Simplemente porque levantaras la vista del suelo a destiempo y sin permiso explícito era suficiente para que sintieras volar tu cara por los aires. Pero lo que peor llevaba era levantarme a las cinco de la madrugada para ir a los rezos.

Por aquel tiempo me llamó la madre superiora a su despacho para comunicarme que había terminado mi periodo de aprendizaje y que a partir del domingo siguiente y ya de forma oficial se me daría un nuevo hábito con el que todo el mundo sabría mi nueva condición. Sería novicia. Me quedé mirando a la madre y reconozco que un poco rabiosa le dije que yo no quería ser monja. Creo que levanté un poco la voz lo cual fue interpretado como pecado de soberbia y por lo cual recibí la consabida bofetada y dos días sin cena.

Recuerdo esas dos noches en que permanecía castigada mientras el resto cenaba pensando si realmente no sería aquel mi destino, pero enseguida lo descartaba. Yo no quería permanecer toda mi vida en aquel lugar, no estaba allí por mi voluntad y tenía que haber una manera de salir. Al rato venían a buscarme porque el castigo no contemplaba eximirme de los rezos nocturnos, cánticos incluídos.

Cumpliendo lo prometido al domingo siguiente y al volver de la misa encontré sobre mi cama un nuevo hábito, esta vez de un color indefinido entre el blanco y hueso-vainilla que no se diferenciaba demasiado del gris, salvo en que el cinturón no era tan tosco y áspero a la mano, aunque lo cierto es que ya me había acostumbrado al otro. Sentí la curiosidad de mirarme en un espejo, pero como no tenía porque eso se consideraba vanidad, tuve que conformarme con imaginar cuál sería mi imagen, supongo que no muy favorecedora.

Y mi vida continuó de forma monótona tal y como había sido hasta entonces, aunque mi mente seguía dándole vueltas a cómo salir de aquel encierro e imaginando una vida fuera.

Pasó otro año más, cumplí los 20 y apareció Angela.

Angela era una joven de 19 años de la que tardé mucho tiempo en saber por qué estaba allí. Al principio y durante meses se comportó de forma huraña con todas aunque sí pude darme cuenta que a veces me miraba aunque de forma huidiza. He de decir que todas las monjas eran de edades oscilantes desde las ya ancianas hasta la inmediatamente más joven a mí que le calculé estaría cerca de los cuarenta ya, por lo tanto Angela y yo éramos las más jóvenes de aquel lugar de encierro. Ella entonces pasó a ser la única que llevaba el hábito gris y yo el blanco por darle un color. El resto eran monjas de voto. Le pusieron la misma tutora que tenía yo, pero reconozco que a partir de aquel momento bajó mi tasa de bofetadas y aumentó considerablemente las que recibía ella.

Angela era destemplada en las contestaciones, arisca en el trato. Alguna vez escuché el comentario de las madres de que era un animal salvaje por domesticar. Y se emplearon a fondo en ese dometizaje, vaya que si se emplearon.

Había un pequeño habitáculo en el convento en cuya puerta sólo se veía la cerradura y algo que quería ser un diminuto ventanuco. Yo nunca había entrado allí, pero Angela entró y muchas veces. Era la celda de castigo y en ese tiempo aprendí que quien era introducido en ella no recibía ningún tipo de comida más que agua, y le estaba prohibido hablar con quien se la suministraba. Su única compañía era un pequeño breviario igual al que teníamos cada una. Nunca escuché la más mínima protesta de Angela mientras estuvo encerrada allí, nunca, pero cuando terminaba su castigo la mirada era más desafiante que antes y sus desplantes más frecuentes. Supongo que durante esos encierros sin sentido su alma y su mente se rebelaban de tal forma que salía rabiosa de aquel lugar, o como decían las madres "como un animal salvaje".

Nos hicimos amigas.

23 julio 2006

ENTRADA AL CONVENTO

Mi extraña por lo imposible relación con Mariví seguía entre roces de mano imperceptibles para todos, o al menos eso creíamos nosotras, pero como ya he dicho mi madre nos había visto. Habló con mi padre y supongo que decidieron separarnos porque los encuentros entre los amigos se hicieron más escasos y con ello la dificultad para vernos se dificultaron enormemente. Nunca supe si los padres de Mariví se enteraron de lo nuestro o no porque entonces el rigor hacia todo lo paterno era severo. Durante meses intentamos por todos los medios poder vernos y en alguna ocasión lo conseguimos, pero alguien debió volvernos a ver porque de pronto pareció que todo se desataba.Un día llegué a casa después de clase y me encontré a mi padre con el gesto más serio que de costumbre. Hicieron que entrara en mi habitación porque tenían algo que decirme. Yo no entendía nada porque desconocía que supieran lo de Mariví. Ahora que lo pienso es algo graciosa la situación porque en realidad no había pasado nada fuera de un par de besos siempre fugaces, pero entiendo perfectamente la preocupación de mis padres. Recuerdo que mi padre habló y habló mientras mi madre me miraba con una expresión que no le había visto nunca. Cuando salieron de la habitación lo único que retumbaba en mi cabeza es que querían meterme en el convento de las monjas, todos lo conocíamos por ese nombre: "el convento de las monjas".

Ese lugar estaba a las afueras, no muy lejos de mi casa aunque en aquellos momentos me pareció que me querían mandar al otro extremo del mundo. Mis padres eran religiosos, no en exceso pero sí creían en el cielo, en el infierno y en el pecado mortal; tenían una actitud reverencial ante cualquier sotana o hábito, y a veces mi padre acompañaba a mi madre a llevar algún regalo (supongo que comida o dinero) al convento, ya que apenas tenían medio de subsistencia más que la caridad de los vecinos. Eran monjas de clausura aunque tuvieron que romper más de una vez su encierro para salir a pedir caridad. Su pobreza era realmente de solemnidad.Por aquella época cuando alguna hija se descarriaba sin llegar al embarazo, era enviada allí y generalmente no volvía a salir. Nadie sabía a ciencia cierta qué podía pasar dentro de aquel lugar, pero lo cierto es que nadie salía de allí. En aquellos tiempos también el que una hija decidiera ser monja o cura era un honor para la familia, sobre todo si esta era humilde como la mía.

Ni siquiera lloré el día que me llevaron. Me sentía como si me estuvieran encerrando en la cárcel pero me dije a mí misma que nadie me vería llorar. Tenía 17 años y no había hecho nada malo; realmente no tenía conciencia de haberlo hecho porque tampoco entendía mi atracción hacia Mariví. Hasta muchos años después no supe que aquello tenía un nombre.Ya siendo mujer adulta y con más de 30 años supe que a Mariví la metieron en un colegio de señoritas, interna, que al poco se escapó de allí y que no la encontraron. Siempre he querido pensar que huyó buscando la libertad, aunque los rumores apuntaron a que había tenido un accidente. Esté donde esté siempre será mi primer beso robado.

Nada más entrar en el convento y en cuanto mis padres se hubieron marchado me hicieron desnudar, duchar, me rociaron con algo que olía a insecticida y me cortaron el pelo casi a machetazos. Creo que fue una suerte que no hubiera ningún espejo a la vista. Luego me dieron una especie de saco gris y algo que quería ser un cinturón. Con ese "uniforme" pasé los siguientes dos años largos.

22 julio 2006

MARIVÍ

Cuando conocí a Mariví las dos teníamos unos quince años. En realidad nos conocíamos desde siempre porque nuestros padres eran amigos de toda la vida pero hasta aquel verano no nos quedamos mirándonos.

Mis padres eran de origen humilde pero nunca supe por qué un buen día entablaron amistad con otro matrimonio de más alto nivel económico. Siempre he pensado que mi padre debió ir a trabajar para ellos, y por la forma de ser que tenía les cayó bien. Siempre caía bien a todo el mundo. Estos amigos tenían una hija y como solíamos juntarnos en verano en un gran caserón que esos señores tenían no teníamos más remedio que jugar juntas puesto que no había más niños cerca.

Pero aquel verano fue distinto. Mariví había crecido, yo también, y en un momento de juegos ni siquiera recuerdo cuál nuestras manos se rozaron y yo sentí un escalofrío. Ahora que lo estoy recordando sonrío porque el contacto físico como se comprenderá era constante, pero no sé qué pasó que nos quedamos mirándonos las dos. El resto de la tarde fue un huir los ojos una de la otra, nerviosas perdidas.

Después de cenar nuestros padres se sentaban en el porche, ellos fumando y ellas contando chismes. Nosotras nos alejamos un poco sin ningún tipo de peligro que nos acechara puesto que el chalet estaba cercado. Mariví se sentó apoyando su espalda en un árbol y yo hice lo mismo a su lado. Realmente no sé quién inició nada pero al poco rato estábamos cogidas de la mano. Ni nos movimos en un buen rato hasta que oímos la voz de mi madre que nos llamaba a dormir.

Por similitud de edades dormíamos en la misma habitación, aunque en dos camas juntas. Por primera vez yo al menos sentí vergüenza a la hora de ponerme el pijama y me volví de espaldas a mi amiga; no sé lo que hizo ella porque a todo correr me metí en mi cama. Las madres apagaron las luces y dejaron la puerta entornada. Nuevamente no recuerdo quién inició pero nos cogimos de la mano y así nos dormimos. El resto de las vacaciones apenas hablábamos, aunque íbamos juntas a todas partes (incluso si una de las dos había olvidado coger un lápiz), y cuando alguna hacía un comentario sobre un chico del pueblo la otra se ponía furiosa y el distanciamiento podía durar días.

El problema vino al terminar el verano porque aunque nuestros padres se veían de vez en cuando, nos dimos cuenta que no iba a ser tan a menudo como queríamos. Y empezamos a maquinar cómo escaparnos para poder estar juntas. No sabíamos muy bien qué nos pasaba y por lo tanto ni siquiera podíamos hablar de ello entre nosotras, siendo impensable preguntar a nadie; lo único que estaba claro es que necesitábamos estar juntas.

Y ahí empezó una especie de "noviazgo", con celos incluídos, en el que lo más importante es que nadie descubriera aquéllo que nos pasaba y que no entendíamos. Una de las sensaciones más fuertes que incluso aún me hacen zozobrar es el miedo que pasamos cada vez que nuestras manos se juntaban.

Ella fue mi primer beso, si es que se pudo considerar así. En una de las despedidas, muchos meses después de aquel "descubrimiento" común, y con nuestros padres hablando entre ellos, ella puso la mejilla, yo también, y de pronto nuestros labios se rozaron. Yo me puse a temblar e imagino que Mariví también. Ahora pienso que me hubiera gustado abrazarla pero ambas nos quedamos quietas, una delante de la otra y con los ojos mirando al suelo.

Luego supe que mi madre nos había visto.

21 julio 2006

DE NIÑA

No sé muy bien por dónde empezar a contar cosas porque no todo tiene un principio claro en la vida. Los hechos no suelen suceder delimitados por barreras que digan "aquí comenzó o aquí termina". No es tan sencillo.De pequeña sólo sabía, sin darle más importancia, que prefería estar con amiguitas que con niños, pero visto con el prisma de entonces eso incluso era algo normal en el ambiente: las mujeres con las mujeres y los hombres con los hombres.

Del tiempo de la guerra civil apenas guardo nada, salvo lo que se ha añadido como recuerdo incorporado por los comentarios en casa. Mis padres tuvieron dos hijas, mi hermana y yo. Hermana que por cierto aún vive y de la que llevo años sin saber nada más que lo que consigo averiguar por conocidos comunes. Nunca aceptó que fuera lesbiana. Como me dijo una vez a la cara: había deshonrado a la familia. Siempre ha sido persona de grandilocuencias, y ese día en concreto se esmeró mucho en dejar las cosas claras. Luego ni el paso de los años, ni siquiera estar casi en el último tramo de nuestra vida han hecho que cambiara su actitud conmigo. Supongo que el día que yo muera ni siquiera vendrá a mi entierro, aunque eso como es lógico no me preocupa demasiado. Creo que entonces no me afectará ya nada.

Fui una niña feliz, sin demasiadas cosas pero feliz. En mi casa había amor pero sin empalagos ni ñoñerías. Mi padre, trabajador honesto y cabal siempre procuró que no le faltara lo imprescindible a su familia, y cuando digo lo imprescindible quiero decir lo justo, porque por aquel entonces no había grandes alardes económicos. Las diferencias sociales estaban muy claras: quien tenía dinero vivía con gran lujo y ostentación; quien apenas subsistía no es que no llegara a fin de mes, es que ni sabía lo que era el día uno.

20 julio 2006

ENTREPAN

Había decidido marchar del blog porque hay más cosas que hacer que estar contando mis cosas al aire, cuando de pronto me ha venido a la mente hacer un "entrepan". Un entrepan es un bocadillo casi diminuto que entretiene hasta la hora de comer, cuando el cuerpo empieza a desfallecer ligeramente. Pues algo así es lo que ha hecho que volviera sobre mis pasos, porque hay un punto que desde hace ya mucho tiempo me viene molestando, no en demasía pero sí lo suficiente para incordiar.

No hace mucho tiempo que he estado frecuentando algunos foros, sobre todo y dada la relativa libertad que gozamos, de mujeres que al igual que yo se han enamorado o enamorarán de otras mujeres. Y hay un hecho que suele ser frecuente y que a mí personalmente me produce una gran tristeza: el odio, aparentemente visceral que se siente por el igual a tí. Es algo habitual ver en los foros de lesbianas luchas encarnizadas como si unas y otras fueran enemigas. También soy consciente que en esos lugares entra mucho intruso cuyo único afán es el de molestar, pero no comprendo por qué se cae en la trampa una y otra vez.

Personalmente y puesto que no conozco a nadie me da igual si se quieren matar, pero creo que ahuyentan a quien como yo simplemente entra a leer. Por eso quizás nació este blog. Por soledad, puesto que esperaba encontrar gente afín y no ha sido así.Otra cosa que suele prodigarse mucho también es el enfrentamiento entre gente joven y mujeres maduras. Que quede claro que no me considero madura puesto que esa edad la tengo sobrepasada con creces. No termino de comprender el por qué de ese racismo entre personas que sienten lo mismo. La juventud, como le leí a alguien el otro día, es algo que se pasa con el tiempo, como el acné, y tenía razón quien lo dijo, pero aún intentando comprender que en esa juventud todo es puro descubrimiento y que los deseos están un poco desbocados, el enemigo, si es que lo hay, no es una mujer cuya única diferencia sea la de tener la edad de tus padres. Y ya ni menciono si, como en mi caso, se tiene la edad de las abuelas: el desprecio y las muestras de asco suelen ser ostentosas y en la mayoría de las ocasiones muy crueles.

Las mujeres de mi edad también tenemos sentimientos e igualmente nos emocionamos al ver pasar a una mujer bonita. El que tengamos más años no es condicionante para haber perdido ni mermado el sentir saltar el corazón ante la belleza, no necesariamente física. Y podemos enamorarnos, claro que sí, aunque las posibilidades de ser correspondidas sean tan escasas que casi se considera milagro. Pero en ocasiones los milagros existen.

Sólo quería hacer un apunte sobre todo eso de lo que creo que hay mucho por hablar. No voy a dogmatizar nada porque ni creo en ello ni es mi estilo. Pienso que ni las cosas ni las mentalidades se cambian un ápice porque alguien lo diga y repita constantemente; cambian porque en un momento dado a ese alguien le cambia en algo la vida y entonces comprende.

18 julio 2006

SEGUNDO MENSAJE

Acabo de leer de nuevo mi primer mensaje y creo que no queda claro algo que para mí es importante. No busco explícitamente una relación puesto que reconozco que no tengo la edad apropiada para enamoramientos. Sólo trato de recobrar la ilusión por algo, por alguien, con quien puede llegar a unirme una buena amistad.


El amor con toda su intensidad ya lo conocí, y el sexo, siendo necesario, ya no me resulta imprescindible, no al menos como cuando tenía 30, 40, 50 e incluso 60 años.Creo que ha quedado algo enturbiada mi mayor razón para esta bitácoras: el poder expresarme. Algo que casi no he podido hacer nunca. Hablar del pasado, del presente e incluso del futuro que aún pienso me queda. Y hablar con la libertad que da este mundo de internet.


No hay más intención que todo eso aunque supongo que siempre habrá quien me conozca más que yo y termine por interpretarme.Tampoco me importa demasiado si alguien llega a leer esto o no puesto que ni busco aplausos, recompensas ni lloros de nadie. Sólo quiero poder decir, gritar si hace falta, quién soy o quién he sido cuando no esté: alguien que tuvo derechos aunque nunca se los dieron.

17 julio 2006

PRESENTACIÓN

Seguramente nada de lo que cuente aquí a partir de ahora interese a nadie pero posiblemente si me paro a pensarlo tampoco importa tanto. Lo único que quiero es dejar de tener la sensación de invisibilidad, de que nadie me ve, de que nadie sabe que existo.

Acabo de cumplir los 70 años y todo el mundo parece pensar que la vida ha terminado para mí, que no tengo derecho a nada ni a nadie. Me rebelo ante esa idea porque aún no estoy muerta y quiero volver a sentir.Mi pareja murió hace ya algún tiempo. Siempre la querré porque fueron muchos años juntas pero hasta ella sabía que amándola como lo hice no era bueno estar sola y poco antes de irse me pidió que rehiciera mi vida con otra mujer. Quise morirme con ella pero no supe cómo hacerlo.

Pero ya ha pasado mucho tiempo y quiero volver a sonreir, enamorarme, sentir unos brazos. Sé que tengo 70 años y que no es fácil porque la gente cree que a nuestra edad el sexo es sucio, sobre todo entre lesbianas. Pero más que eso quiero demostrar a todos que no estoy sola, que posiblemente haya más mujeres como yo, mayores muy mayores que no tienen un sitio donde ir y contar sus cosas, lo que les pasa, porque dicen que el mundo es de los jóvenes. Pues existimos, muertas de miedo muchas veces pero existimos.

Ahora que todo el mundo sale del armario y olvida lo que era cogerse de la mano sintiendo pánico a que alguien te viera quiero gritar que estoy viva, que estamos vivas y nadie nos enterrará. Todavía no.